martes, abril 29, 2014

De la Gestión del Riesgo a la Adaptación al Cambio Climático

La Alcaldía de Bogotá y el Concejo Distrital  tomaron la decisión de transformar el FOPAE (Fondo para la Prevención y Atención de Emergencias), en el INSTITUTO DISTRITAL DE GESTIÓN DE RIESGOS Y CAMBIO CLIMÁTICO
IDIGER y de crear el SISTEMA DISTRITAL encargado del tema.

Gestión del riesgo, gestión ambiental, administración del desarrollo sostenible, seguridad humana, seguridad territorial, adaptación al cambio climático… Seguramente podrían escribirse –o se han escrito ya- miles de tomos para explicar en qué consiste cada uno de esos conceptos y de las “disciplinas” que los aplican, y por qué se usan nombres distintos para cada una de ellas. 



Sin embargo, en el fondo y en la práctica, todas apuntan o deberían apuntar a lo mismo: buscar la manera de que las actividades humanas puedan coexistir armónicamente con las dinámicas de los ecosistemas, sin que las primeras se conviertan en amenazas contra las segundas, ni las segundas contra las primeras.
De alguna manera, la palabra que engloba mejor ese propósito es ADAPTACIÓN, ligada estrechamente a la Teoría de la Evolución propuesta por Charles Darwin en el siglo XIX, de acuerdo con la cual los seres vivos se transforman de generación en generación como una respuesta necesaria a las exigencias del ambiente en que les toca vivir. Esa adaptación incluye tanto transformaciones estructurales, de los organismos mismos, como transformaciones de comportamiento y capacidad para desarrollar y apropiarse de nuevas maneras de actuar.

No sobreviven ni dejan descendencia los más fuertes, sino los más aptos. O sea, los mejor adaptados para existir en un territorio en particular. Los más flexibles y capaces de adaptarse a los nuevos cambios que se produzcan en el ambiente.

La palabra “adaptación”, sin embargo, tiene un problema: se parece mucho a “resignación”.
Pero no: mientras “resignación” es un concepto pasivo (como cuando se refiere a la mujer que se resigna a los malos tratos del marido porque se cree impotente para sobrevivir por sí sola), “adaptación” es dinámico, es activo y, en el caso de los seres humanos, es el resultado de la voluntad, de la decisión y de la capacidad (la mujer que no se resigna más a los malos tratos del marido sino que lo manda al diablo y reconoce y echa mano de sus capacidades para seguir adelante sin él).

De todas maneras hay una palabra que me gusta más que adaptación: es COEVOLUCIÓN.
Tiene sus raíces también en Darwin y en quienes continuaron trabajando en el campo de la evolución, pero avanza mucho más allá. Reconoce que los seres vivos nos transformamos como respuesta a los cambios del ambiente, pero al hacerlo generamos nuevos cambios en ese mismo ambiente, a los cuales debemos responder con otros cambios en nuestras estructuras y en nuestros comportamientos, que a su vez producen más cambios ambientales… y así.

La COEVOLUCIÓN reconoce la existencia de una sucesión permanente de transformaciones mutuas entre los seres vivos y su ambiente. Que también, hay que decirlo de manera expresa, es un ser vivo. EL AMBIENTE ES UN SER VIVO.

Nosotros los seres humanos y nuestras comunidades somos seres vivos que formamos parte de ecosistemas y que interactuamos con ecosistemas y dependemos de ecosistemas, que a su vez interactúan entre sí para formar ese ser vivo complejo y maravilloso que es el planeta Tierra.
La llamada gestión del riesgo comprende el conjunto de saberes, de decisiones y de actividades que realizamos los seres humanos para reducir los riesgos a que estamos expuestos, con el objeto de evitar que se conviertan en desastres. Y para que, si a pesar de nuestros esfuerzos, hay desastres que no logramos evitar, podamos recuperarnos de los mismos de manera oportuna y adecuada… y ojalá tomando las medidas necesarias para que el desastre no se vuelva a repetir o para que no generemos nuevos y más graves desastres.

Todos los seres vivos, de manera intuitiva, han hecho gestión del riesgo, gracias a lo cual la Vida ha podido evolucionar. El miedo, por ejemplo, es una “virtud adaptativa” que les/nos permite a los animales reconocer el peligro y escapar de él. En los ecosistemas donde la humedad es escasa, las plantas han desarrollado estrategias para “ordenarse en el territorio” de manera que no compitan innecesariamente por la poca agua que hay.

Ah: esa es otra lección importante del post-darwinismo (las escuelas de pensamiento que tienen sus raíces en Darwin pero que han avanzado mucho más allá). El motor de la evolución –de la coevolución- no es necesariamente ni en todos los casos la competencia que aniquila a los demás, sino la cooperación.

Nuestros propios organismos son el resultado de la cooperación en el territorio de nuestros cuerpos, de millones de microorganismos que viven en nuestro interior y encima de nuestra piel, de cuyas interacciones con nuestros órganos y entre sí, depende eso que llamamos “salud”.

Volvamos a la gestión del riesgo: de un par de décadas hacia acá, hemos incrementado nuestra comprensión sobre por qué se generan los riesgos y por qué algunas veces se convierten en desastres.

Hemos entendido que un riesgo es el resultado de la confluencia de dos factores en un mismo tiempo y en un mismo lugar.
El primer factor es un PELIGRO o AMENAZA (A): la posibilidad de que ocurra algún evento o de que avance algún proceso que nos pueda causar cualquier tipo de mal.

El segundo factor es la VULNERABILIDAD (V): nuestra exposición a esa amenaza y nuestra incapacidad para aguantar sus efectos si llega a convertirse en realidad.

El RIESGO (R) es la respuesta a la pregunta: ¿Qué nos puede pasar si llegara a materializarse una amenaza que produzca unos efectos a los cuales somos incapaces de resistir?
R = A x V
El DESASTRE es cuando ese riesgo deja de ser una posibilidad y se convierte en una realidad.

Mediante la gestión del riesgo intervenimos sobre los factores generadores de riesgo sobre los cuales nos queda posible intervenir. No podemos evitar, por ejemplo, que caiga un aguacero (amenaza) pero sí podemos andar con un paraguas y con una chaqueta impermeable para reducir nuestra vulnerabilidad… o podemos, algunas veces, simplemente tomar la decisión de ese día no salir.

En otros casos sí podemos y debemos intervenir sobre la amenaza. El mejor ejemplo hoy, son las medidas que se han tomado en todo el país para evitar que la gente maneje algún vehículo bajo los efectos del alcohol. La decisión de que no haya conductores borrachos es pura gestión del riesgo enfocada hacia la prevención. (Antes la sociedad y sus autoridades dirigían sus mayores esfuerzos a mejorar la capacidad para responder a las emergencias cuando ya habían ocurrido. Hoy, al menos teóricamente y muchas veces en la práctica, están igualmente enfocadas hacia la prevención.)

¿Y qué tiene que ver esto con la adaptación al cambio climático?

Dijimos arriba que el planeta es un ser vivo compuesto por todos los sistemas y los ecosistemas que interactúan entre sí.

Esas que antes llamábamos erróneamente “capas de la Tierra” (como si el planeta fuera una milhoja), son realmente sistemas interconectados o concatenados (encadenados entre sí), que se meten unos dentro de otros y que determinan que cada cambio que experimenta alguno, tendrá influencia sobre todos los demás.
En su condición de ser vivo, la Tierra posee una capacidad de homeostasis o de auto-regulación,  que tiene la misma función que, por ejemplo, tiene el sistema inmunológico en todos los demás seres vivos, incluidos nosotros los humanos: garantizar que podamos responder oportuna y adecuadamente a la presencia de una amenaza. O mejor, de cualquier alteración interna o externa que pueda representar un peligro para nuestra integridad.

Aunque el sistema inmunológico en sentido estricto, es solamente uno de muchos actores de nuestra capacidad de auto-regulación. Rechazamos un virus o cualquier otro agente patógeno gracias a nuestro sistema inmunológico, sí. Pero en ese desafío intervienen todos nuestros demás sistemas concatenados: el circulatorio, el digestivo, el nervioso, el óseo… Y por supuesto, nuestro sistema afectivo, emocional y cultural. Y nuestro entorno familiar y social.

Cuando con la manera como los seres humanos hemos entendido el desarrollo, comenzamos a alterar la composición de la atmósfera terrestre  mediante el aporte excesivo de los llamados “gases de efecto invernadero”, y al mismo tiempo avanzamos en la destrucción de los bosques y en la contaminación de los mares (unas de cuyas funciones es la regulación del gas carbónico o CO2 atmosférico), el sistema de auto-regulación de la Tierra se activó.
Y como ese sistema, producto de cerca de 4.500 años de evolución y coevolución, funciona muy bien, comenzó a generar una gran cantidad de transformaciones planetarias, cuya expresión más evidente es el incremento de la temperatura promedio de la Tierra. Algo que podríamos comparar con lo que sucede en nuestro organismo cuando produce fiebre para liberarse de un virus.

Al conjunto de esas transformaciones planetarias y a los cambios que se derivan de cada una de ellas, le damos el nombre de CAMBIO CLIMÁTICO.

Y como no se limitan solamente al clima, sino que generan efectos directos e indirectos en todas las actividades que llevamos a cabo los 7.300 millones de seres humanos que hoy formamos parte de la Tierra, preferimos darles el nombre de CAMBIO GLOBAL.

Los seres humanos nos encontramos hoy, como individuos y como sociedades, ante el desafío de coevolucionar como única posibilidad para que podamos adaptarnos y sobrevivir a los efectos del cambio global.

Al tiempo que tenemos que actuar frente a las amenazas que nos afectan (como por ejemplo las sequías prolongadas, los aguaceros extremos o el incremento del nivel del mar), tenemos que hacerlo frente a las actividades humanas que generan amenazas contra ecosistemas específicos o contra la Tierra en general, y que los obligan a actuar.

Y tenemos que cambiar la manera como, en el campo y en las ciudades, nos relacionamos con el agua, con el suelo, con el aire, e inclusive entre nosotros mismos. Solamente de esa manera podremos reducir nuestra debilidad frente a los efectos de los cambios. Es decir, nuestra vulnerabilidad.

Por esas y otras razones la GESTIÓN DEL RIESGO y la ADAPTACIÓN AL CAMBIO CLIMÁTICO constituyen dimensiones y retos inseparables.
Bogotá desde la Estación Espacial Internacional (Foto: NASA)
La Alcaldía de Bogotá y el Concejo Distrital tomaron la decisión de transformar el FOPAE (Fondo para la Prevención y Atención de Emergencias), en el INSTITUTO DISTRITAL DE GESTIÓN DE RIESGOS Y CAMBIO CLIMÁTICO – IDIGER.

Y por eso está preparando el decreto mediante el cual se estructura el “Sistema Distrital de Gestión de Riesgos y Adaptación al Cambio Climático”, del cual deben formar parte todas las instancias e instituciones del Distrito.

Y de una u otra manera tendrán que entrar a formar parte las comunidades y sus organizaciones, el sector privado y los medios de comunicación.

Para que de la mano de las instituciones y en armonía con las nuevas dinámicas del planeta en general y de Bogotá en particular, seamos capaces de tomar todos los días las decisiones y de ejecutar las acciones, que nos permitan COEVOLUCIONAR.

SI NO NOS CONVERTIMOS EN ACTORES PROACTIVOS DEL CAMBIO GLOBAL, SUS EFECTOS NOS ACABARÁN POR ECHAR

EL CAMBIO CLIMÁTICO ES UN HECHO, LA ADAPTACIÓN ES UN DERECHO



Gustavo Wilches-Chaux, Enero 2014
(Material para formación - FOPAE/IDIGER)