lunes, julio 29, 2013

¿SALVAR EL PLANETA?

Publicado en El Nuevo Liberal - Popayán, 28/07/2013
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Lo han sabido desde siempre las culturas que se formaron en estrecho contacto con sus territorios, para la cuales conocer y entender las dinámicas de los ecosistemas era –y es, para las que quedan todavía- un requisito de supervivencia.
Lo saben los científicos “occidentales” que han estudiado nuestro planeta como un sistema indivisible y complejo y no como una colección de elementos desconectados.
James Lovelock, el científico inglés, lo expresó a través de la Hipótesis Gaia. 
La Tierra es un ser vivo: no es solamente una roca inerte, habitada por seres vivos, sino que toda ella es cuna, expresión y producto de la vida.


Los seres humanos, como los demás seres vivos, estamos formados por una gran cantidad de elementos químicos, que al integrarse en órganos y sistemas interrelacionados entre sí, todos con todos, adquieren –o adquirimos- la capacidad de intercambiar materiales, energía e información con los demás componentes de eso que llamamos “el ambiente”, que no es solamente “algo que nos rodea” sino un sistema del cual somos parte. Como bien lo decía hace ya varias décadas el lema de una de las primeras organizaciones ambientalistas que hubo en Popayán (creo que era el “Grupo Ecológico del Cauca”): “Nosotros somos la otra mitad del medio ambiente”.


Al igual que nosotros, y como los demás seres vivos, la Tierra tiene una función inmunológica. Hasta hace poco habría dicho “un sistema inmunológico”, pero ahora entiendo que es más bien un modo de ser y de actuar de todo el organismo humano, en unos momentos determinados, al cual contribuyen de una u otra manera todos los sistemas que nos conforman. Si bien es cierto que poseemos un sistema inmunológico, también lo es que este depende de sus interacciones con el sistema circulatorio, con el digestivo, con el muscular, con el óseo, con el nervioso. Y claro, con ese otro sistema que podríamos llamar emocional y afectivo. Es bien sabido, por ejemplo, que una depresión o una tensión que no seamos capaces de manejar de manera adecuada, puede inhibir el funcionamiento del sistema inmunológico y volvernos vulnerables a múltiples enfermedades, incluyendo el cáncer.

Pero nosotros no somos seres aislados, sino que formamos parte de un sistema cultural (la Cultura, en el sentido más amplio de la palabra), que de muchas maneras determina cómo vivimos, qué comemos, cómo nos vestimos, cómo nos relacionamos con los demás y con el mundo que nos rodea, e incluso, claro, cómo reaccionamos ante cada una de las circunstancias que enfrentamos.



Esa función inmunológica nos permite transformarnos, ya sea para resistir sin traumatismos los efectos de determinados cambios que nos afecten desde el exterior o desde el interior de nosotros mismos, ya sea para recuperarnos oportuna y adecuadamente cuando hayamos sido “golpeados”. A eso se refiere esa hoy tan común palabra resiliencia”.
Cuando un niño sano es atacado por un virus, su organismo produce fiebre como estrategia para deshacerse del invasor indeseado.
Oímos con frecuencia, en la escuela, a través de los medios, en las conversaciones casuales, que tenemos que “salvar el planeta”. Pero realmente el planeta se está salvando por sí solo. De hecho, ese conjunto de fenómenos y de procesos de corto, mediano y largo plazo que englobamos bajo el nombre de “cambio climático”, son manifestaciones de la función inmunológica de la Tierra, transformando(se) al planeta para que pueda adecuarse a los múltiples cambios que le hemos impuesto los seres humanos, en particular en el último siglo y especialmente en las últimas cinco o seis décadas.


Lo que tenemos que salvar, entonces, no es el planeta, sino la posibilidad de que nuestra especie humana siga formando parte de la Tierra. Para eso necesitamos cambiar radicalmente la manera como nos relacionamos entre nosotros mismos y con esos que llamamos “recursos naturales”, que realmente son componentes esenciales de los múltiples sistemas concatenados (encadenados entre sí) que le otorgan vida a la Tierra: la atmósfera (aire), la hidrósfera (agua), la litósfera (rocas), la biosfera (seres vivos). Si analizamos cuidadosamente esos sistemas (que realmente no son “capas”, como se suelen denominar convencionalmente), nos daremos cuenta de que todos estén entrelazados con todos. Para citar un solo ejemplo, el agua forma parte esencial de todos los demás sistemas: de la criósfera (agua congelada), de la atmosfera (vapor, gotas líquidas y hielo de diferentes tamaños y formas), de las rocas (no solamente en “acuíferos” sino en la estructura de las rocas mismas) y, por supuesto, en todos los seres vivos, que esencialmente estamos hechos de agua y que por lo tanto bien podríamos considerarnos parte de la hidrósfera… como también podríamos considerarnos parte de la atmósfera dada la enorme cantidad de aire que atraviesa nuestros cuerpos cada instante.


Telaraña en el páramo - Foto: Juan Pablo Paz 
Estas no son solamente curiosidades científicas ni meras reflexiones teóricas, sino consideraciones que debemos realizar de manera permanente y en particular cuando se toman las grandes decisiones del desarrollo. ¿De qué manera una intervención que hagamos sobre cualquiera de los sistemas concatenados de la Tierra puede activar su sistema inmunológico? ¿A qué tipo de auto-ajustes vamos a obligar a ese ser vivo del cual todavía formamos parte? ¿Y esos auto-ajustes de la Tierra cómo van a afectarnos?
Estoy convencido de que el cambio climático es a los sistemas concatenados de la Tierra, lo que el “movimiento de los indignados” es a las comunidades que, en distintas partes del mundo, han resuelto decir ¡Basta!
Gustavo Wilches-Chaux

viernes, julio 12, 2013

LA SABIA Y NECESARIA ESTRATEGIA DEL VIRUS

 Artículo publicado en El Nuevo Liberal 
Popayán Junio 6 de 2013

Hace algunos días, por gentil invitación de la CRC (Corporación Autónoma Regional del Cauca), participé en una presentación del borrador del llamado PGAR, o sea el Plan de Gestión Ambiental Regional del Cauca. Ese documento, a cargo de las correspondientes corporaciones autónomas regionales del país, traza la ruta de la gestión ambiental durante la próxima década en la respectiva región.

Mucho podría comentarse sobre el documento del Cauca, producto de un conocimiento juicioso del Departamento y del tema, pero me voy a limitar por ahora a algo que generó preocupación en todos cuantos participamos en esa presentación: las limitaciones presupuestales de la CRC para ponerlo en acción.

María Teresa Amaya, exdirectora del parque nacional natural Puracé, quien desde siempre ha hecho del ambientalismo un compromiso de vida, hizo énfasis allí en que el Cauca no es solamente uno de los lugares más ricos en biodiversidad de Colombia, sino del planeta entero. Ese solo hecho amerita un interés y un cuidado especiales.
Casa de Caldas - Popayán
Ya quisieran muchos países del mundo contar con la riqueza ecosistémica e hídrica y con la diversidad étnica y cultural que tiene el Cauca, pues en gran medida de eso depende la capacidad y la flexibilidad de un territorio para adaptarse con éxito al cambio climático, o para conjurar el fantasma de la crisis alimentaria.

Allí es donde la estrategia del virus se convierte en una necesidad. Como bien se sabe, cuando “nos cae” un virus, éste pone todas nuestras células a trabajar para él.

Una vez establecidas unas prioridades ambientales que garanticen la conservación y el fortalecimiento de esas riquezas estratégicas, el “virus” con esos que deben ser principios inamovibles e irrenunciables, debe inocular todo peso que en el curso de la próxima década se invierta en el Cauca.

No podemos seguir pensando, ni el Colombia ni en el departamento, que la gestión del riesgo y la adaptación al cambio climático son “air bags” que se inflan cada vez que hay un estrellón, mientras los presupuestos normales, públicos y privados, se invierten el aguardiente pa´l chofer.
 Río Palo a su paso por Puerto Tejada
Así por ejemplo, bien invertidos los 620 mil millones de pesos que vale el Contrato Plan del Norte de Cauca se pueden convertir en multiplicadores no solamente de una gestión ambiental adecuada, sino también en una inversión concreta para la construcción de paz. No hay que dejar de repetir que la paz con la naturaleza es pre-requisito para la paz entre los seres humanos y que la paz entre los seres humanos es pre-requisito para la paz con los ecosistemas y sus dinámicas.
Lo mismo sucede con los recursos nuevos y no tan nuevos que se inviertan en el departamento como resultado del CONPES en que están trabajando la Gobernación y el Departamento Nacional de Planeación.
Volcán Puracé
Cualquier inversión es buena si directa o indirectamente contribuye a que el Cauca pueda garantizar, para sus ecosistemas y sus comunidades humanas, agua en cantidad y calidad; capacidad de adaptación a los extremos climáticos; seguridad, autonomía y soberanía alimentaria, y arraigo real a sus territorios de todas las comunidades caucanas. Es decir, Identidad. Que incluye la “seguridad afectiva, emocional y cultural”, que es la manera más concreta posible de formar parte de un territorio. Y que a su vez dependen de la capacidad de convivir y de transformar pacíficamente los conflictos que forman parte de la existencia cotidiana. 

Por el contrario, cualquier inversión es inconveniente si pone en peligro alguna de esas prioridades o los factores de los cuales depende que se puedan alcanzar.

La ausencia de decisión y acción política en ese sentido y en todos los niveles (nacional, departamental, municipal e incluso internacional), constituiría un imperdonable desperdicio de oportunidad.

 Cuatro prioridades para el desarrollo
Lo primero es lo primero: Colombia tiene con qué


Densos nubarrones... pero el Cauca tiene con qué