jueves, mayo 16, 2013

EL CONCEPTUARIO DE LA SOSTENIBILIDAD


REFLEXIÓN SOBRE LOS COMPROMISOS ÉTICOS Y POLÍTICOS QUE DEBERÍA GENERAR LA UTILIZACIÓN DE CIERTOS CONCEPTOS EN EL DISCURSO DEL DESARROLLO SOSTENIBLE
Documento presentado por Gustavo Wilches-Chaux en la reunión del Comité Consultivo de Expertos del "Programa para el Desarrollo de Capacidades para el Mejoramiento de Política Pública y Procesos de Planeamiento y Gestión del Desarrollo Regional y Territorial en América Latina" que coordina el Centro de las Naciones Unidas para el Desarrollo Regional UNCRD (Bogotá, Mayo 2 y 3 de 2013)
Las opiniones expresadas en este artículo solamente comprometen al autor

Introducción

Desde que en 1987 apareció por primera vez el concepto de “desarrollo sostenible” en el Informe de la Comisión Brundtland titulado “Nuestro Futuro Común”, la palabra “sostenibilidad” se ha vuelto de uso obligatorio en cualquier discurso que, directa o indirectamente, tenga que ver con el desarrollo. Su definición más sencilla, o por lo menos la más conocida, afirma que es “una manera de llevar a cabo el desarrollo que permite satisfacer las necesidades de las generaciones actuales sin afectar el derecho de las próximas generaciones a satisfacer sus propias necesidades”. Esa definición vincula a la sostenibilidad el concepto de “responsabilidad intergeneracional”, que sin duda alguna es importante y forma parte esencial de la misma. Sin embargo no describe totalmente el significado y las implicaciones actuales, multidimensionales y concretas, que el concepto debería tener en la práctica.
Lo mismo sucede con otras palabras que han venido tomando cada vez más auge académico, político, social -y sobre todo mediático-, pero que a fuerza del uso y el abuso, muchas veces corren el peligro de convertirse en muletillas carentes de contenido y de compromiso real en la forma como se toman, ejecutan y evalúan las decisiones del desarrollo. Se pueden volver formalismos vacíos que sirven de cortinas de humo verde para continuar llevando a cabo, detrás de las mismas, actividades depredadoras de los ecosistemas, y de la identidad y la calidad integral de la vida de las comunidades humanas.
Podríamos comenzar el listado con la palabra misma “desarrollo”, o con “libertad” y “democracia”, en nombre de las cuales se suelen cometer tantos atropellos, pero vamos a limitarnos a algunas que por su condición de ingredientes de nuestro trabajo cotidiano, suelen estar presentes de manera permanente en nuestros propios discursos.
Una, por supuesto, es “sostenibilidad” (y no vamos a caer en la discusión bizantina sobre si significa o no lo mismo que “sustentabilidad” o si una de las dos es más correcta que la otra).
Otra es “seguridad” como parte de los conceptos de “seguridad humana” y “seguridad territorial”. Otra: “resiliencia”. Otras: “gobernabilidad” y “gobernanza”. Otra, sin la cual sería imposible entender las implicaciones reales de las anteriores, es “participación”. Y por último, “igualdad” y “equidad”, “integración” y “coordinación”.

Concertaciones entre actores humanos y entre nosotros y los ecosistemas del territorio

Cierto es que este listado es apenas una primera aproximación a la lista de muchísimas palabras que requerirían el mismo tipo de análisis (algunas de las cuales van a aparecer en los párrafos que siguen), como también lo es que estas son apenas unas reflexiones iniciales que lejos de agotar el debate o de pretender establecer unas definiciones inamovibles (lo cual no solamente sería imposible sino además indeseable), busca llamar la atención sobre el cuidado que debemos tener cada vez que acudamos a ellas y que las utilicemos para tomar decisiones o para establecer acuerdos entre actores humanos. Porque lo cierto es que mientras nosotros podemos quedar satisfechos con el cumplimiento de ciertos formalismos que determinan que nuestro discurso sea políticamente correcto, y con la observación de ciertos requisitos de estilo que satisfacen a públicos amplios y que permiten, al menos en las apariencias, reducir la distancia entre posiciones encontradas, también lo es que los territorios, y muy especialmente el componente ecosistémico de los mismos, tienen y expresan cada vez con más fuerza sus propias prioridades y sus propias dinámicas. Es decir, que hoy no basta que lleguemos a acuerdos “satisfactorios” entre los actores humanos, sino que de los mismos deben formar parte activa, con voz y voto, los ecosistemas, sus distintos componentes (principalmente el agua) y sus dinámicas. Los ecosistemas deben estar totalmente de acuerdo con la manera como se realizan las concertaciones entre humanos.
Ese conjunto de procesos y fenómenos que hoy englobamos bajo el nombre de “cambio climático” son la expresión en los territorios, de lo que el “movimiento de los indignados” es para las sociedades humanas: la protesta de los sistemas concatenados del planeta (litósfera, hidrósfera, criósfera, atmósfera, biósfera) por la manera como las actividades humanas y particularmente el uso excesivo de combustibles fósiles y los cambios en los usos del suelo, están alterando los equilibrios dinámicos que a lo largo de millones de años han venido alcanzado esos sistemas. O si se quiere: el cambio climático es el resultado de los ajustes que el sistema de autorregulación del planeta (conformado por todos los sistemas concatenados) está realizando como respuesta a las nuevas condiciones generadas por las intervenciones humanas.
¿Cómo se puede garantizar que el territorio, sus ecosistemas y sus componentes naturales, como el agua, participen con voz y voto en las decisiones humanas?
Existe una gama muy amplia de espacios y de herramientas, que van desde los estudios de impacto ambiental y los análisis y escenarios de riesgo, hasta el conocimiento acumulado en la memoria individual y colectiva de las comunidades, a través de todas las maneras como esta se almacena y se expresa: conocimiento científico construido desde el saber y la experiencia tradicionales (que incluye, por ejemplo, los llamados bio-indicadores), mitos y leyendas surgidos de la convivencia con el medio y sus dinámicas, testimonios de los miembros de más edad en la comunidad, “sentido común” de quienes, sin conocer el término, tienen que llevar a cabo una gestión cotidiana del riesgo como una forma de sobrevivir a las múltiples amenazas que enfrentan, etc.
A través de verdaderos diálogos de saberes (cuyo pre-requisito son los diálogos de ignorancias en los que cada dialogante reconoce los límites de su saber) se pueden establecer relaciones mutuamente respetuosas entre el saber académico, científico y técnico, y el saber tradicional, a partir de los cuales se puedan construir nuevos conocimientos compartidos y sobre todo con sentido real –en sus territorios específicos- para las comunidades locales.

TERRITORIO

Vamos a comenzar nuestra reflexión con esta palabra, pues es en territorios concretos donde los distintos conceptos que queremos analizar adquieren su verdadero significado, que no es el mismo para todos los territorios. De hecho, una primera propuesta es que el territorio, en sus distintas escalas, debe ser tomado como unidad de decisión, acción y evaluación de la validez, pertinencia y efectividad de cada uno de esos conceptos. 
Para los efectos que nos ocupan (y sin entrar a cuestionar las muchas definiciones que ya existen de la misma la palabra), entendemos por territorio al resultado emergente de las interacciones permanentes entre las dinámicas de los ecosistemas y las dinámicas de las comunidades (incluidas las instituciones) que confluyen a un mismo tiempo en un mismo espacio físico.
Es decir, que no nos referimos solamente al espacio físico sobre el cual tienen lugar las actividades humanas, sino a un ser vivo y complejo, surgido de las interacciones entre sistemas vivos e igualmente complejos.
Muchas de las interacciones son de tipo lineal de causa-efecto, pero debido a los mecanismos de retroalimentación negativa o positiva existentes en todo sistema/proceso, lo que en un momento es “efecto”, en el momento siguiente se convierte en “causa” que modifica la interacción inicial o que influye sobre otras interacciones y dinámicas. Por ejemplo: existe una relación lineal de causa-efecto entre el hecho de talar un bosque de alta montaña y el deterioro de la capacidad de ese bosque para prestar servicios ambientales, como son la moderación del impacto de las lluvias fuertes sobre los suelos y su capacidad para almacenar y liberar agua gradualmente. Esto se traduce en que una temporada de lluvias fuertes puede causar deslizamientos e inundaciones en la cuenca correspondiente, como consecuencia de lo cual se pueden producir desastres que generan pérdidas económicas y de vidas humanas y, en un plazo más largo, empobrecimiento de suelos y desplazamiento de los campesinos afectados hacia las ciudades.
Como consecuencia de lo anterior, una misma causa (o intervención) puede generar diversos efectos (sinergias) tanto sobre los factores que participan en la interacción o sobre la interacción misma, como sobre otras interacciones y factores o sobre el sistema/proceso más amplio (jerárquicamente superior), del cual forma parte. En este caso: el territorio entero.
A esto hace referencia la definición que afirma que un sistema complejo es aquel altamente sensible a las “condiciones iniciales”, pues indica que grandes o pequeños cambios en cualquiera de los factores o de las interacciones “locales” que conforman el sistema/proceso, pueden generar grandes cambios en el “resultado” de la totalidad del sistema/proceso. En esto se basa la confianza en que a través de intervenciones locales acertadas, se puedan generar grandes cambios en la totalidad del sistema/proceso, en este caso, el territorio. [1]

Seguridad territorial

De la mencionada concepción del territorio se deriva la SEGURIDAD TERRITORIAL
Es un concepto “de doble vía”, que desde el punto de vista del desarrollo, se entiende como la capacidad de un territorio para ofrecerles a sus habitantes humanos las condiciones de “estabilidad”[2] necesarias para avanzar de manera efectiva en el aprovechamiento integral de sus capacidades; y a los ecosistemas las condiciones de “estabilidad” necesarias para que puedan conservar su integridad y biodiversidad y, en consecuencia, para que puedan existir y evolucionar de acuerdo con su propia naturaleza.
De esto depende, entre otras cosas, que esos mismos ecosistemas conserven su capacidad para ofrecernos a los seres humanos (sin deteriorarse más allá de su capacidad de recuperación) los recursos y servicios ambientales que requerimos para satisfacer nuestras propias necesidades.     
Desde el punto de vista de la gestión del riesgo, la seguridad territorial es la capacidad de un territorio para ofrecerles tanto a sus habitantes humanos como a los ecosistemas que interactúan con ellos, determinadas condiciones de “estabilidad”, que impiden que amenazas de distinto origen (naturales, socio-naturales, antrópicas) procedentes de propio territorio o del exterior, puedan convertirse en riesgos, que eventualmente se vuelvan desastres.
Y desde el punto de vista de la adaptación al cambio climático, es el fortalecimiento de la resiliencia[3] de un territorio, o sea de la capacidad de sus ecosistemas y de sus comunidades para absorber sin traumatismos los efectos del cambio climático (y de otras amenazas no necesariamente ligadas a ese fenómeno global), y para recuperarse adecuada y oportunamente de los impactos negativos que esos efectos puedan causar.
La seguridad territorial es el resultado de las interacciones entre una serie de “clavos” o  factores, que conforman una red o “telaraña” que es el territorio seguro. No vamos a describir aquí cada uno de esos factores, pero sí a resaltar que más importantes aún que los “clavos” son las interacciones que se generan entre ellos. En un territorio seguro la debilidad de algunos “clavos” que en un territorio determinado puedan ser débiles, se compensa con interacciones fuertes que los vinculen a factores fuertes.
 FACTORES E INTERACCIONES GENERADORAS DE TERRITORIOS SEGUROS
Incluidos esos “microterritorios que son la comunidad y la familia

SEGURIDAD ECOLÓGICA: Capacidad de los ecosistemas para ofrecer recursos y prestar servicios ambientales
SEGURIDAD SOCIAL: Capacidad para ejercer derecho a vivienda, salud, educación, comunicación, recreación
SEGURIDAD ECONÓMICA: Capacidad para acceder a la riqueza y para generar riqueza
SEGURIDAD ENERGÉTICA: Capacidad para acceder a energía sana para personas y ecosistemas
SEGURIDAD JURÍDICA-INSTITUCIONAL: Existencia de un “Estado de Derecho” – Protección Eficaz a DDHH
SEGURIDAD ORGANIZATIVA: Capacidad para organizarse y para la partricipación organizada y eficaz
SEGURIDAD, SOBERANÍA Y AUTONOMÍA ALIMENTARIA: Producir y controlar alimentos estratégicos
SEGURIDAD EMOCIONAL, AFECTIVA Y CULTURAL: Capacidad del territorio para fortalecer sentido de IDENTIDAD – Ejercicio de Valores de Pertenencia, Solidaridad, Equidad, Reciprocidad, Hospitalidad

Seguridad humana
FACTORES E INTERACCIONES QUE CONFORMAN LA SEGURIDAD HUMANA
El concepto de seguridad territorial reconoce e incorpora el de seguridad humana, cuyo objetivo se define como “Proteger la esencia vital de todas las vidas humanas de una forma que se realcen las libertades y la plena realización del ser humano”. Los dos conceptos no son exactamente lo mismo, sin embargo, pues para la seguridad territorial los ecosistemas y sus dinámicas no son solamente un factor que contribuye a “la necesidad (humana) de disponer de un ambiente físico saludable” (seguridad ambiental), sino que, como se vio anteriormente, constituyen, junto con la dinámica de las comunidades, uno de los dos componentes inseparables de cuya interacción permanente surge el territorio seguro. Por otra parte, para la seguridad territorial todos los factores que aparecen en los óvalos de ambas gráficas son factores ambientales, puesto que el ambiente no es sólo “lo ecológico”, sino todo aquello dentro de lo cual se desarrolla la existencia de los seres humanos como de los ecosistemas. La ausencia de “seguridad política”[4], por ejemplo, puede hacer que el ambiente resulte tan invivible como la ausencia de agua potable o de aire respirable.
En UNCRD, sin embargo, encontramos que más útil y más importante que embarcarnos en discusiones conceptuales estériles sobre cuál de los dos conceptos es más acertado, era aprovechar los aprendizajes derivados de la puesta en práctica de la seguridad territorial y de la seguridad humana como conceptos-herramientas de análisis y como marcos orientadores para contribuir a fortalecer las capacidades ecológicas, comunitarias e institucionales en territorios concretos. Por eso no encontramos problema (aunque podamos incurrir en redundancia) en hablar de seguridad humana/territorial.

SOSTENIBILIDAD

Más allá de las diferentes definiciones que existen de sostenibilidad, en la práctica implica que en cualquier decisión que se tome y en cualquier acción que se ejecute sobre un territorio, se tenga en cuenta la necesidad de mantener en lo posible una relación dinámicamente armónica –un equilibrio dinámico- entre los distintos factores de que depende la seguridad humana/territorial. Como se indicó anteriormente, las interacciones entre esos factores tejen esa red o telaraña que es el territorio seguro, la cual debe ser capaz de resistir sin traumatismos los efectos -a veces simultáneos- de amenazas de distintos orígenes (resistencia), y de facilitar la recuperación oportuna y adecuada del territorio y de sus componentes después de que haya sido afectada por cualquier desastre o crisis que no se haya podido evitar (resiliencia).
La sostenibilidad no es un producto como tampoco es un punto de llegada estático: es un proceso permanente de ajustes que se deben realizar cada vez que una determinada acción sobre cualquiera de los factores o de las interacciones que los vinculan entre sí, cambian el estado general del sistema territorio o de cualquiera de los factores que lo conforman.

Al igual que al “armar” el Cubo de Rubik no todas las piezas avanzan al mismo tiempo en la misma dirección, y que al colocar alguna pieza en su sitio se van a “descolocar” otras que ya habíamos puesto en la posición en que deben quedar con el cubo organizado, así mismo la gestión de la sostenibilidad o del desarrollo sostenible (que no debería ser distinta de la gestión integral del riesgo o de la gestión ambiental) es necesario un monitoreo permanente de la manera como cualquier decisión o acción influye sobre el sistema como totalidad y sobre cada uno de sus componentes (factores e interacciones). 
Si una decisión hace avanzar un factor (por ejemplo el económico) pero como resultado de la misma retroceden otros (por ejemplo el ecológico), es necesario tomar medidas inmediatas para que el factor que ha retrocedido se pueda recuperar. Y al contrario: si una decisión que favorece la protección de un ecosistema estratégico genera desempleo, es necesario buscar estrategias para que las personas afectadas recuperen su seguridad económica en el menor tiempo posible.
Ese es el tipo de compromiso ético-político que debe asumir quien en su discurso introduzca palabras como seguridad ecológica, seguridad territorial o sostenibilidad.

Gobernabilidad y gobernanza

En términos sencillos se puede afirmar que gobernabilidad es la susceptibilidad que tiene un territorio para ser gobernado o, a contrario sensu, la capacidad efectiva que tienen las autoridades para gobernar. Y gobernanza es la construcción de acuerdos entre los actores institucionales y sociales que comparten un territorio o que tienen intereses en el mismo o en los recursos y servicios que el territorio provee.[5]
Como es obvio, la gobernabilidad más efectiva se logra cuando quienes son gobernados reconocen la legitimidad del gobernante y los beneficios colectivos de las decisiones que este toma. Si los gobernados han sido consultados antes de tomar una decisión o si de una u otra manera esa decisión lo que hace es reconocer, legitimar y dotar de apoyo estatal los acuerdos a que previamente han llegado los gobernados entre sí y con la autoridad, casi que está garantizada la gobernabilidad. Es decir, que gobernanza equivale a gobernabilidad basada en una verdadera participación.

Participación (+ Información + Corresponsabilidad)

Por participación entendemos la capacidad que tienen los integrantes de un territorio para intervenir de manera efectiva en las decisiones que los afectan. En otras palabras, el hecho de que su intervención en el proceso de toma de decisiones determine que la decisión no sea la misma que se hubiera tomado si los afectados no hubieran formado parte de ese proceso. La participación no es solamente un proceso formal mediante el cual quienes toman una decisión les informan a los afectados (positiva o negativamente) cuál es el proceso en que se encuentran comprometidos y cuál es la decisión que van a tomar o que ya tomaron, sino un espacio de diálogos (por lo general entre muchos actores con intereses contrapuestos) que permite que todos los puntos de vista, todos los intereses y todas las particularidades sean tenidas en cuenta en el proceso de toma de decisión.
La verdadera participación requiere de una serie de insumos, el principal de los cuales posiblemente es la información. No es posible participar sin información, la cual debe llenar una serie de requisitos: estar de manera oportuna en manos de quien la necesita, ser accesible (que efectivamente pueda obtenerla), ser comprensible (que tenga sentido, que pueda ser “digerida” y aprovechada), ser veraz. Por otra parte, la participación es un proceso de comunicación multilateral, lo cual quiere decir que quien en un momento es receptor de la información que otro provee, en el momento siguiente debe ser generador de información, la cual debe ser tenida en cuenta por el interlocutor.
Para los efectos de sostenibilidad y seguridad humana/territorial que nos ocupan, y considerando que los ecosistemas y sus componentes naturales (especialmente el agua) también forman parte integral del territorio, resulta absolutamente necesario que estos últimos también participen y sean tenidos en cuenta por las buenas en todas las decisiones que puedan afectar de una u otra manera al territorio.
El agua y los demás componentes naturales de los ecosistemas tienen derecho a la participación. Más allá de una discusión de carácter filosófico o legal (algunas constituciones nacionales como la de Bolivia y la del Ecuador ya le reconocen expresamente derechos al agua y a otros elementos y sistemas naturales), este principio es de carácter práctico. Casi sin excepción, los mal llamados “desastres naturales” se pueden entender como resultado inevitable de que al tomar decisiones humanas los ecosistemas y sus componentes no han sido tenidos en cuenta por las buenas, lo cual los obliga a protestar por las malas.
El compromiso ético-político que se deriva del uso de la palabra participación es, entonces, generar espacios y oportunidades para que quienes puedan ser afectados por una decisión, estén en capacidad de intervenir de manera activa y efectiva en la misma; condiciones que propicien que quienes pertenecen a un territorio fortalezcan su capacidad de control sobre sus propias vidas en ese territorio.
La contrapartida de la verdadera participación es la corresponsabilidad. Si yo soy coautor de una decisión que me afecta y la misma genera efectos negativos para mí o para los demás, yo debo asumir la cuota de corresponsabilidad que me corresponde y contribuir proactívamente para resolver los problemas que esa decisión haya podido generar.
El uso de la palabra participación en el discurso del desarrollo también implica que los componentes no humanos que conforman el territorio también sean tenidos en cuenta. Una aplicación práctica de esto es, por ejemplo, la manera de entender y de ejecutar el “ordenamiento territorial”: no se trata de acomodar el territorio y sus dinámicas naturales a las prioridades y a los intereses humanos, sino de ajustar las actividades humanas a las características, limitaciones, exigencias y posibilidades de los ecosistemas.
El uso de obras de infraestructura de distintas dimensiones (diques, presas, etc.) debe servir para ayudarnos a los seres humanos a adaptarnos a las dinámicas de los ecosistemas. Si pretendemos utilizarlas para subyugar esas dinámicas, tarde o temprano vamos a perder. En aras del principio de la reciprocidad, si en algún momento afectamos la integridad de un ecosistema o de uno de sus componentes naturales, debemos tomar medidas para compensarle el impacto que le hemos causado y para que pueda reestablecer su equilibrio dinámico.
Bien entendido y aplicado, el principio según el cual “el que contamina paga”, tiene ese objetivo: no es solamente pagarle una multa a la autoridad ambiental, sino contribuir de manera eficaz a generar condiciones para que el ecosistema pueda recuperar su equilibrio dinámico.

Equidad e Igualdad

Es la posibilidad que tienen los distintos integrantes de un territorio para acceder a las condiciones de las cuales depende su seguridad humana/territorial. Como una de las características de los individuos y de los grupos humanos es su diversidad, por equidad se debe entender la igualdad de oportunidades para ejercer integralmente los derechos humanos sin que como requisito previo se les exija a los sujetos de esos derechos  renunciar a sus particularidades y a su diversidad.
Las mujeres y los hombres tienen básicamente los mismos derechos no porque sean “iguales”, sino precisamente porque son diferentes, lo cual también determina que también los derechos deben reclamarse y ejercerse de acuerdo con el llamado “enfoque diferencial”.
Lo mismo se puede decir de los distintos grupos étnicos y culturales: los blancos, los mestizos, los indígenas, los afrodescendientes y todos los grupos étnicos que comparten un territorio no deben tener acceso a los mismos derechos porque sean “iguales” sino precisamente porque son diferentes y porque uno de esos derechos es el derecho a la diversidad, al enfoque diferencial.
El compromiso ético-político que se deriva del uso de la palabra equidad implica, entonces, que en las decisiones sobre el desarrollo se incluyan medidas efectivas para que todos los grupos humanos que conforman el territorio fortalezcan su capacidad (o la recuperen si ha sido vulnerada) de contar con las condiciones necesarias para acceder integralmente a la seguridad humana/territorial.

Integridad y Coordinación

Pensamos que las reflexiones anteriores –y las que surgirán durante el foro que nos convoca- permitirán entender también las implicaciones políticas, éticas y de gestión concreta sobre el territorio que tiene la declaración final de Río+20 cuando resalta "la necesidad de una planificación y toma de decisiones coherente e integrada entre las instituciones del nivel nacional, regional y local y la necesidad de fortalecer la capacidad de las instituciones de todos los niveles o los órganos y procesos multiactores preocupados por el desarrollo sostenible, incluida la coordinación para facilitar la integración efectiva de los tres pilares/dimensiones del desarrollo sostenible".
Es necesario reconocer que en la práctica muchos proyectos adelantados o apoyados por organismos del sistema de cooperación internacional, por agencias del Estado o por organizaciones no gubernamentales, se rigen más por las prioridades, los procedimientos y los tiempos de los respectivos “intervenidores”[6], que por las particularidades mismas de los territorios en donde estos se llevan a cabo, que incluyen las prioridades de las comunidades, sus ritmos de vida y las dinámicas de sus ecosistemas. La competencia entre chalecos dificulta la integración y la coordinación entre las distintas agencias nacionales e internacionales presentes en un territorio. No es extraño que, al interior de una misma institución, no exista unidad de visión y de objetivo entre sus distintos departamentos o divisiones temáticas, ni conexión entre quienes se encargan del trabajo “en emergencias” con quienes impulsan procesos de desarrollo.
El concepto-herramienta de “territorio” permite construir partituras comunes entre actores institucionales y comunitarios que facilitan la integridad y la coordinación. Cada instrumento musical suena de acuerdo con “su naturaleza” y su identidad, pero lo hace con el claro objetivo de participar en la obtención de un objetivo común, bajo la orientación de una partitura compartida.
Como advertimos al principio, los párrafos anteriores no tiene la pretensión de ser un documento académico ni de agotar las posibilidades semánticas de los términos seleccionados de manera un poco arbitraria y con el único criterio de ser comunes en nuestro trabajo cotidiano. Son simplemente una invitación a reflexionar sobre la importancia de que cada concepto corresponda a unos compromisos concretos, lo cual contribuirá a generar confianza no solamente en las palabras sino especialmente en quienes las utilizamos.

La construcción de territorios seguros en un escenario de crisis globales y locales

La humanidad está enfrentando en este momento de su historia, desafíos inéditos. Siempre ha habido guerras, hambrunas, desastres, pero posiblemente lo que hoy marca la diferencia es que el planeta en general y los territorios en particular, que antes eran meros escenarios pasivos de la actividad humana, hoy se están pronunciando con fuerza y claridad. Ya mencionamos al principio la percepción en el sentido de que ese conjunto de procesos y fenómenos que hoy englobamos bajo el nombre de “cambio climático” sea la expresión en los territorios, de lo que el “movimiento de los indignados” es para las sociedades humanas: manifestación de inconformidad y decisión de construir unos nuevos tipos de relaciones para una nueva realidad.
Existen en este momento en el planeta múltiples calentamientos globales: el climático; la crisis financiera internacional que afecta de manera muy grave al “mundo desarrollado”, con implicaciones significativas para el resto del mundo; la crisis alimentaria que azota a millones de habitantes de la Tierra, particular, pero no exclusivamente, en el África; el incremento de la voracidad sobre los recursos mineros; el reconocimiento de la importancia estratégica del agua para la viabilidad del planeta y las tensiones sobre quién y cómo se debe ejercer el control sobre la misma (¿derecho humano fundamental o mercancía privatizable cuyo acceso debe quedar el mercado?); el incremento de la población humana (aproximadamente 7.300 millones de habitantes a la fecha de hoy, 1.300 más que en el año 2000); la creciente urbanización del planeta sin estrategias claras para garantizar una relación de simbiosis y no de parasitismo entre lo urbano y lo rural (más de la mitad de los habitantes de la Tierra vivimos hoy en cascos urbanos); el crecimiento de los arsenales nucleares y la aparición de nuevos actores con capacidad de realizar un ataque nuclear; etc.
A nivel local, son muchas las comunidades de países como Colombia, que debe enfrentar múltiples amenazas, a veces de manera simultánea, algunas desencadenadas por procesos hidrometeorológicos, sismos o volcanes en actividad, otras por causas antrópicas como la violencia armada, el narcotráfico (y el llamado microtráfico), el desempleo, el desplazamiento, las necesidades básicas insatisfechas, e incluso los efectos de megaproyectos que se deciden y llevan a cabo pasando por encima de los actores locales y que terminan por expulsarlos del territorio.
Tanto a nivel planetario, como local, entonces, es indispensable llenar de sentido ético y político los conceptos con que pretendemos acercarnos tanto a los grandes procesos generadores de crisis actuales o potenciales, como a las realidades locales. Más que de construir desde afuera “territorios seguros”, debemos apostarle al fortalecimiento de actores nacionales y locales, institucionales y comunitarios, capaces de asumir el control de sus propios destinos y de responder adecuada y oportunamente cada vez que una crisis conocida o inédita amenaza su seguridad integral.

Notas:

[1] Gustavo Wilches-Chaux, “NUEVAS MIRADAS AL TERRITORIO, LA SEGURIDAD, LA POBREZA Y LA ADAPTACIÓN AL CAMBIO CLIMÁTICO” - Artículo publicado en inglés en la revista REGIONAL DEVELOPMENT DIALOGUE – RDD de UNCRD (Nagoya, Japón). Volumen 30, N° 2, Otoño 2009.
[2] La palaba “estabilidad” se pone entre comillas porque corresponde a un equilibrio dinámico, o “relación estable de desequilibrios”. Es decir, a una dinámica en la cual hay momentos en que unos factores pesan más que otros, pero en los siguientes momentos la situación se invierte dependiendo de la necesidad del sistema de responder a tensiones externas o de su propio interior. Entender esto es muy importante para entender el sentido práctico de la resiliencia.
[4] Por ejemplo por ausencia de un “Estado de Derecho” que garantice la protección de los derechos humanos y las libertades individuales
[5] Gustavo Wilches-Chaux, LA SEGURIDAD TERRITORIAL COMO HERRAMIENTA PARA LA PREVENCIÓN Y TRANSFORMACIÓN DE CONFLICTOS RELACIONADOS CON EL AGUA. (Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible – BID. Inédito a la fecha (Abril 2013)
[6] Y por los tiempos de sus casas matrices más que por los de sus equipos de campo

miércoles, mayo 15, 2013

NUESTRO ORDEN GENERADOR DE ENTROPÍA

Capítulo 2 del texto "La gestión del riesgo: una aproximación alternativa" - G. Wilches-Chaux (Bogotá, Enero 2010)

¿Qué somos? ¿Quiénes somos?

Hoy, por razones filosóficas y además eminentemente prácticas, tenemos el reto de encontrar esas respuestas a la luz de nuestra existencia en territorios concretos, que van desde los territorios locales a los cuales pertenecemos, hasta ese gran territorio concreto que es la Tierra.
Foto NASA
Lo cual nos obliga a explicitar otra pregunta: ¿Qué significa hoy existir en esos territorios concretos?

Y en términos de gestión del riesgo: ¿Cómo formar parte del sistema inmunológico del territorio y de la Tierra como factores constructores de resiliencia, en lugar de constituir amenazas que activan y que deben ser eliminadas por ese mismo sistema inmunológico?

Vamos a juntar algunas reflexiones que nos permitan avanzar en el camino hacia esas elusivas respuestas.

Personalmente invertí mucho tiempo en tratar de entender por mí mismo lo que otros ya habían entendido muy bien desde hacía muchos años: que la entropía es la medida de la desorganización de un sistema.

Entendí, por ejemplo, que cuando alguien barre su casa por las mañanas, está estableciendo un desequilibrio dinámico que determina que todo el “mugre” quede afuera y que todo “lo limpio” quede adentro. A lo largo del día y de la noche anterior, la entropía se ha ido apoderando de la casa, en forma de polvo que se posa sobre pisos y muebles. La escoba es una herramienta que sirve para expulsar la entropía de la casa y para imponer en ella nuestro orden, que se refleja en nuestro concepto de limpieza.
En una escala menos doméstica nos encontramos nada menos que el Sol, otro “instrumento” que permite romper ese equilibrio, que en el campo de la termodinámica equivale a un sinónimo de muerte.

Cuando el Sol evapora el agua que se encuentra en los niveles topográficos bajos y la devuelve en forma de lluvia a los niveles más altos, establece un desequilibrio equivalente al que existe entre el polo positivo y el polo negativo de una pila “cargada”, el cual le permite, tanto al agua como a la pila, generar electricidad.

Desde ese mismo punto de vista, en cambio, un lago equivale a una pila “descargada”, en el cual el agua es incapaz de generar energía, sencillamente porque no tiene desde dónde ni hacia dónde “caer” y en consecuencia no podría infundirle movimiento a una turbina convencional. Dicen los electricistas que no existe diferencia de potencial o voltaje.
Con esos mismos conceptos podemos aproximarnos a una definición de la Vida como un proceso permanente de eliminación de entropía desde el organismo individual hacia el medio con el cual mantiene un intercambio permanente de materiales, de energía y de información. El organismo extrae energía del medio, con la cual, precisamente, expulsa entropía y construye su orden interior. Mientras el organismo logre mantener el desequilibrio dinámico con el entorno, se mantendrá vivo. Habrá muerto cuando desaparezca esa diferencia de potencial.

Creo que hasta allí conservan plena validez esos conceptos.

Lo que no tengo claro es en qué momento ese concepto humano de entropía –que se define por contraste con los conceptos humanos de orden y de organización comienza a chocar con los conceptos de entropía, de orden y de organización que, en una escala jerárquica mucho mayor, “tiene” y “aplica” la Naturaleza, la Tierra.

En otras palabras, a partir de qué momento lo que para nosotros significa “construir orden” en los sistemas controlados por los seres humanos, se convierte en generación directa o indirecta de entropía en el sistema mayor “Naturaleza”.

Cuando construimos una presa, detenemos el libre flujo de un río, formamos un lago y hacemos que aparezca una caída de agua que antes no existía, estamos construyendo y “cargando” en el territorio una “pila” artificial, capaz de generar energía debido al alto desequilibrio que existe entre el agua en niveles altos y la cota a donde cae.

Esa construcción de “orden humano” en un determinado territorio, sin embargo, está generando entropía en el mismo territorio o en algún otro lugar de este planeta en el cual todos los flujos de materia, de energía y de información se encuentran interconectados.

                                    
Toda la entropía que generamos los seres humanos se va acumulando en la Tierra (que tiene una mínima capacidad para “exportarla” hacia el espacio exterior). Como la Tierra es un organismo vivo, por definición posee su propia capacidad de resiliencia, sus propios mecanismos de homeostasis autorregulación, que se encargan de establecer su orden interno. Este no es un orden estático, sino un orden cambiante, que depende de las condiciones dentro de las cuales la Tierra tiene que ejercer su capacidad evolutiva-adaptativa. Libros como “El mundo sin nosotros” de Allan Weisman, nos demuestran que realmente los seres humanos nos hemos convertido en factores generadores de entropía, y que la hipotética “reconquista” del planeta por los procesos de la Vida luego de una imaginaria desaparición de nuestra especie, no constituiría realmente un triunfo de la entropía (expresada en la imagen del “mugre” y de las plantas apoderándose de los edificios “impecables” de las antes “ordenadas” ciudades), sino un triunfo del orden de la Tierra sobre la desorganización humana.

También le he dedicado mucho tiempo a tratar de entender cómo se producen y qué producen los intercambios de energía-entropía cuando, por ejemplo, un terremoto o un huracán generan destrucción en una ciudad o en un pueblo.
Iván "el terrible" - 2004
En principio uno podría pensar que la energía acumulada (ordenada) en una falla geológica en tensión, se libera (se desordena) invadiendo con una descarga de entropía la región afectada. Lo mismo podría decirse de la energía acumulada en un sistema hidrometeorológico altamente organizado, como es una tormenta tropical, que al liberarse en forma de viento y de lluvia, invade con entropía los territorios que cruza.

Esa entropía invasora se traduce en destrucción de infraestructura, de orden social y de vidas humanas y de otros animales. Desde ese punto de vista los procesos de “reconstrucción” se pueden entender como la expulsión de la entropía con miras al restablecimiento del orden perdido (o en el mejor de los casos, a la construcción de un nuevo orden humano).
Efectos de terremoto en China (Foto: Internet)
¿Pero qué pasa si no interpretamos que la energía acumulada en las fallas geológicas o en los organismos tropicales, de pronto (por alguna razón que no es clara) se convierte en entropía generadora de desorden, sino que es energía que la Naturaleza aplica a la construcción de un nuevo orden en respuesta a la entropía introducida en ese territorio por las actividades humanas? (De la misma manera que no se nos ocurre definir como ‘entropía’ a la luz que sale de una linterna de baterías)

Ejemplos de esa introducción de entropía humana serían la ocupación con fines de vivienda de laderas inestables o de las orillas de ríos y quebradas, o las alteraciones a las líneas costeras y a los cursos de los ríos, la desecación de humedales y la destrucción de manglares.

El caso extremo del cambio climático como reacción de los sistemas concatenados de la Tierra (en especial de los inseparables biosfera-atmósfera-hidrósfera-criósfera) ante la entropía generada por la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera, nos aporta mucha más claridad para la reinterpretación de los desastres y nos obliga a redefinir la gestión del riesgo y la adaptación al cambio climático desde nuevos parámetros.
Allan Weisman transcribe en su libro ya citado, al ecólogo Jeremy Jackson cuando le manifiesta la convicción de que “si el planeta pudo recuperarse del Pérmico, podrá recuperarse del hombre.”

sábado, mayo 11, 2013

El día que llegamos a 400 partes por millón de CO2 en la atmósfera

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viernes, mayo 10, 2013

PACTOS ENTRE NOSOTROS Y PACTOS CON LA TIERRA

Capítulo 3 del texto "La gestión del riesgo: una aproximación alternativa" - G. Wilches-Chaux (Bogotá, Enero 2010)

En la esquina norte de América del Sur (Colombia, Ecuador y parte de Venezuela) y en algunas alturas peruanas, existen los páramos, extensas formaciones que en algunas cordilleras colombianas pueden iniciarse entre los 3.000 y los 3.600 metros sobre el nivel del mar, que se acercan al borde inferior del cada vez más amenazado territorio de las nieves y que cumplen una importantísima función en términos de regulación de agua debido, entre otros factores, a las características de las plantas que predominan en ellos cuando se encuentran en un estado de conservación adecuado.
Algunas de esas plantas -particularmente los musgos que tapizan gran parte de las superficies de estos ecosistemas- pueden acumular varias veces su propio peso en agua, lo que los convierte en esponjas que absorben el líquido en épocas de lluvia y lo van liberando gradualmente durante periodos secos. Las plantas y los demás componentes del páramo, como la niebla o “lluvia horizontal”, son inseparables entre sí y en conjunto determinan la calidad de ese organismo privilegiado que es el páramo.
La oferta de agua para la región andina colombiana depende en gran medida de los páramos, al contrario de lo que ocurre en otros países andinos, en donde depende especialmente de los deshielos de las altas montañas.
En condiciones “normales”, pero todavía más aún en condiciones de cambio climático, los páramos constituyen ecosistemas estratégicos para los territorios que dependen de ellos para el suministro de agua, lo cual a su vez depende de la calidad de vida de los páramos y de las especies animales y vegetales que los conforman. Y por supuesto, de la calidad de vida de las familias que habitan en los páramos o en sus cercanías, a lo cual nos referiremos con detalle más adelante.
Es decir, que los páramos constituyen un factor de primera importancia en la capacidad de resiliencia de muchos territorios andinos; del sistema inmunológico que les permitirá adaptarse dinámicamente para enfrentar los retos del cambio climático (función que hoy cumplen frente a la variabilidad climática).
Un porcentaje muy importante de los páramos colombianos se encuentran claramente deteriorados o amenazados por actividades actuales y potenciales, como la minería, la agricultura legal (particularmente el avance de los cultivos de papa), la ganadería y los cultivos de uso ilícito (amapola).
Permitir la destrucción de los páramos equivale, en el territorio, a permitir el deterioro del sistema inmunológico de un ser humano, lo cual lo deja expuesto ante cualquier amenaza. En el caso de los territorios, a las amenazas procedentes de la variabilidad y del cambio climático.
Desde un punto de vista meramente eco-ético, entendido desde la “ecología profunda”, el mero hecho de existir y de constituir ecosistemas únicos en el planeta, son argumentos suficientes para justificar la conservación de los páramos, es decir, su derecho a existir como lo que son y a evolucionar de acuerdo con su propia naturaleza y sus propias dinámicas.
Ese punto de vista “profundo” no choca en este caso con la ética antropocéntrica, que justifica la conservación de los páramos como necesaria para garantizar la existencia con calidad y dignidad de los seres humanos en territorios más amplios.
En la práctica, sin embargo, la conservación de la estructura ecológica y de la función de los páramos, sí choca con los intereses -a veces de lucro, a veces de mera supervivencia- de quienes habitan en ellos o en sus vecindades inmediatas.
De hecho, muchas comunidades indígenas y campesinas consideran la preocupación por los páramos como una amenaza directa contra sus derechos y contra su propia existencia.
¿Cómo hacer compatibles los intereses de esos grupos humanos con los de los territorios que requieren del agua y con los intereses de los páramos mismos?
Esa es una pregunta concreta para la gestión ambiental y para la gestión del riesgo. Aquí es donde adquiere una importancia práctica una redefinición de lo que somos los seres humanos frente a los retos de un territorio concreto y los conflictos que genera una situación determinada.
En Colombia se han venido construyendo, desde hace muchos años, por parte de la sociedad civil en conjunto con el Estado, experiencias exitosas de conservación de zonas protegidas “con la gente”, no con exclusión de ella. Las lecciones aprendidas en esas experiencias resultan aplicables para hacer viable un futuro “sostenible” de los páramos, incluyendo aquellas que tienen que ver con la transformación de los conflictos, lo cual se vuelve de principal importancia para un país que lleva más de 50 años en guerra.
Normalmente los seres humanos nos asentamos o nos relacionamos con un ecosistema –o en términos más amplios: con un territorio- cuando éste nos ofrece una serie de recursos y/o de servicios que requerimos para sacar adelante nuestro concepto de desarrollo. Y para obtener esos recursos y/o servicios, les imponemos nuestro orden. Lo cual, la mayoría de las veces y en términos prácticos, quiere decir que los estamos llenando de entropía: los enfermamos.
A veces la capacidad natural de resiliencia del ecosistema –su sistema inmunológico- produce una respuesta directa, que en el corto, mediano o largo plazo puede generar un desastre. Tal es el caso de la inundación o del deslizamiento que tiene como causa el manejo inapropiado de una cuenca hidrográfica, la deforestación de sus laderas, la ocupación de las zonas que el río tiene reservadas para su expansión en temporada de lluvias.
Otras veces esa respuesta solamente se produce de manera indirecta y como resultado de la “acumulación de entropías” en distintos territorios. Este es el caso de los desastres producidos por manifestaciones de la variabilidad climática (como las relacionadas con ENOS) o del cambio climático.
Volvamos al ejemplo de los páramos colombianos y a la prioridad de conservarlos “con la gente”. El ideal es que la gente que ya habita en los páramos o en las zonas aledañas que también cumplen una función importante para la conservación de los mismos, no tengan que reubicarse en otros lugares. En otras palabras, es necesario que salga la actividad generadora de entropía, no necesariamente quien hoy la ejecuta.
Pero la posición de quien ocupa y explota un ecosistema estratégico y que utiliza ese ecosistema como recurso, debe transformarse totalmente de acuerdo con la siguiente premisa: “Yo puedo permanecer en este ecosistema en la medida en que yo y las actividades que yo llevo a cabo, nos convirtamos en recursos y servicios para el ecosistemas, no viceversa”.
Esto quiere decir: en recursos y servicios que le faciliten al ecosistema ser lo que es, cumplir la función para la cual, a lo largo de millones de años de evolución, lo “diseñó” la naturaleza.
Esto nos obliga a las sociedades humanas a descubrir y a poner en marcha una gama muy amplia de actividades que, de manera simultánea, nos permitan a los seres humanos ponernos al servicio de los ecosistemas y al mismo tiempo generar calidad integral de vida para nosotros mismos y para nuestras familias y comunidades.
Mal se les puede exigir a unos grupos humanos que se sacrifiquen, que sacrifiquen su calidad de vida y su acceso a las oportunidades, a cambio de que otros grupos puedan seguir disfrutando y muchas veces malgastando los recursos y servicios que ofrecen los ecosistemas en donde habitan los primeros.
Como muy seguramente no todas las personas que hoy habitan en los páramos van a poder transformar las actividades productivas que hoy llevan a cabo, debido a lo cual tendrán que reubicarse, será necesario crear las condiciones para que esas personas puedan trasladarse, junto con sus actividades y familias, a territorios en donde el ejercicio de las mismas no afecte de manera grave su capacidad de resiliencia… o donde no la active dando lugar a que ocurran desastres. Esto es, a tierras de vocación agrícola, ganadera o minera.
Y para que eso sea posible, será necesario establecer una serie de pactos entre actores y sectores sociales que, teniendo como marco orientador los intereses de la Tierra (aquí es donde la visión de la “ecología profunda” adquiere especial importancia), le permitan a cada grupo humano “alinearse” o “asociarse” con la capacidad de resiliencia del planeta, en lugar de convertirse en su blanco.Recordemos esos rompecabezas planos, de 15 fichas que se mueven en un marco de 16 casillas, y que una a una van cambiando de lugar hasta ordenar los números dibujados en las fichas o formar una figura predeterminada.
De la misma manera, la forma como está organizada la tenencia de la tierra deberá transformarse, de manera que quienes tradicionalmente han llevado a cabo, en ecosistemas estratégicos, actividades no compatibles con la integridad y diversidad de los mismos, puedan acceder a tierras de vocación productiva. Y que quienes deban ceder espacios para que esa movilización social y económica resulte posible, puedan encontrar sus propios nichos en actividades y lugares desde donde también contribuyan a la reorganización de nuestro papel en el planeta (a partir de la reorganización en cada territorio concreto).

Eso tiene un nombre conocido: reforma agraria. En este caso se trata de una reforma agraria exigida no solamente por los sectores económicamente menos favorecidos de las sociedades humanas, sino además por la Tierra. Debe convertirse en un propósito colectivo por el derecho a la tierra y por los Derechos de la Tierra.
Es muy importante construir discursos compartidos que permitan que quien “se mueva” un espacio en el marco de ese complejo rompecabezas, no considere ese movimiento como un sacrificio o como una renuncia, sino como una inversión de Vida en beneficio de los nuevos pactos entre nuestra especie y el planeta. Pactos sin los cuales resulta poco probable nuestra supervivencia en la Tierra.
La ventaja frente a lo que ocurría en el pasado, es que esta vez la Tierra, claramente, ha dejado de ser o de parecer un escenario pasivo sobre el cual se representaban las comedias y las tragedias humanas, para convertirse en un actor activo, que cada vez habla de manera más contundente y más clara, y que tiene claras intenciones de asumir la Dirección de la obra.