viernes, febrero 03, 2012

CUATRO PRIORIDADES PARA EL DESARROLLO DE COLOMBIA: EL PAÍS SÍ TIENE CON QUÉ

No voy a decir en este artículo nada que no haya dicho múltiples veces en Twitter, o en conferencias, o en otros artículos, o en mis blogs: la prioridad de Colombia en este momento de la historia planetaria y humana, debe ser fortalecer integralmente la resiliencia de nuestros territorios, es decir, su capacidad para absorber sin traumatismos los efectos de los múltiples, complejos y profundos cambios de todo tipo que está experimentando la Tierra y que serán cada día más fuertes a medida que avancen los tiempos, que aumente la población y que se profundicen las inequidades (o iniquidades) entre países y seres humanos. Y también la capacidad de los territorios –es decir: de sus ecosistemas, de sus comunidades y de sus instituciones- para recuperarse oportuna y adecuadamente cuando no se haya logrado evitar un desastre.
Resiliencia: la capacidad de la telaraña para aguantar un balonazo y la capacidad de la araña para volver a tejer la telaraña después de un gol
Me refiero, claro, a la necesidad de afrontar las amenazas generadas por el cambio climático, pero no exclusivamente a esas (sobre las cuales volveremos más adelante). Me refiero a la que la Directora del Fondo Monetario Internacional anuncia, día de por medio, como un colapso inminente del sistema financiero internacional. En una declaración difundida por los medios internacionales a mediados de diciembre, advertía la señora Lagarde sobre el riesgo de una depresión como la de los años 30, que como sabemos se terminó “resolviendo” años después con la Segunda Guerra Mundial (esto último lo traigo a la memoria yo, no la señora Lagarde). ¿Nuevas amenazas de guerra mundial? El Espectador Febrero 2, 2012
Me refiero también a la crisis alimentaria que hoy afecta de manera muy grave a varios países, principalmente del África, pero frente a la cual ningún país “en desarrollo” del mundo, puede considerarse inmune, especialmente en un escenario de cambio climático global. En su informe de octubre 2011 sobre “Perspectivas de cosechas y situación alimentaria”,  tras presentar un cuadro optimista sobre la producción de cereales en el mundo, afirma la FAO que “a pesar de estas perspectivas positivas para la producción, su impacto en la seguridad alimentaria mundial sigue siendo incierto dada la actual desaceleración económica internacional. El empeoramiento de las perspectivas de recuperación de la economía mundial y el riesgo acentuado de una recesión pueden determinar un aumento del desempleo y una disminución de los ingresos, particularmente para las personas pobres y vulnerables de los países en desarrollo.”

Y claro, me refiero a la crisis climática, que de acuerdo con el Informe sobre Desarrollo Humano IDH 2011 del PNUD, puede tener un impacto negativo muy grande sobre los factores que determinan la calidad de vida de los seres humanos. Ese impacto negativo se prevé mayor, obviamente, en la medida en que sea mayor lo que el informe llama “desafío medioambiental” y “desastre medioambiental”, con efectos más graves sobre los países con un IDH menor y sobre los sectores más pobres de los países con IDH más alto. 

Colombia, entonces, debería dirigir todas sus políticas públicas, las políticas de responsabilidad social de sus empresas y las expectativas de sus comunidades y de sus movimientos sociales, a lograr cuatro objetivos interdependientes entre sí (cada uno de los cuales está contenido en los demás):
Primero: Garantizar la disponibilidad y el acceso al agua en la cantidad y con la calidad necesarias para satisfacer las necesidades de los hoy casi 50 millones de habitantes del país, las necesidades de la producción y las necesidades de los miles de especies no humanas que también forman parte integral del territorio colombiano y de las cuales dependen la integridad y la biodiversidad de los ecosistemas. Tarde o temprano el país deberá retornar a la discusión sobre el agua como derecho fundamental, lo cual no se limita al discutido “mínimo vital gratuito” sino que debe incluir el derecho a la conservación de los ecosistemas estratégicos de los cuales depende su disponibilidad. El país sí tiene con qué.
Segundo: Fortalecer la resiliencia climática de todos los territorios colombianos que, como antes dijimos, comprenden ecosistemas, comunidades e institucionalidad. Los efectos de las lluvias casi ininterrumpidas que desde 2010 vienen cayendo sobre el país, demuestran que somos incapaces de convivir sin traumatismos con las dinámicas climáticas, particularmente con estas extremas atribuibles a La Niña o al cambio climático. Sin embargo, fenómenos como la interrupción de carreteras como las que unen al centro con el occidente del país por La Línea o por el páramo de Letras, o a Cali con Buenaventura, o a Cúcuta con Bucaramanga, o la ruptura del Canal del Dique, no son nuevos, sino que se repiten con cierta frecuencia desde hace muchas décadas, lo cual demuestra que no solamente estamos inadaptados al cambio climático (entendido como lo “anormal”) sino también a la variabilidad climática, es decir a esa característica propia y normal del clima que consiste en que cambia de manera permanente. La resiliencia de los territorios depende de su integridad y de su biodiversidad. Esta última no es solamente biológica, sino que está estrechamente ligada a la diversidad étnica y cultural, de la cual, de una u otra manera, formamos parte todos los habitantes del país. Recordemos que los escenarios de cambio climático elaborados por IDEAM indican que muchos territorios colombianos que hoy están inundados, serán afectados en el futuro por la elevación de la temperatura ambiental, por fuertes y prolongadas sequías y por todos los efectos derivados de ese desastre lento y continuado. El país sí tiene con qué.

Ver: La biodiversidad y el reto de vivir en un nuevo planeta #1 y #2
Tercero: Seguridad, soberanía y autonomía alimentaria. Capacidad del territorio colombiano para producir por lo menos los alimentos que los habitantes del país necesitamos para garantizar una nutrición adecuada. Esto, como es obvio, está ligado a la disponibilidad de agua, a la fertilidad de los suelos y a la capacidad de los ecosistemas de ofrecer los demás recursos y servicios ambientales que requiere la producción. Y por supuesto, requiere acceso de campesinos y pescadores al suelo y a los cuerpos de agua, conocimientos necesarios para producir en condiciones ambientales cambiantes, redes de comercialización y otras formas de intercambio que están en vigencia en varias comunidades del país. No sería admisible que con motivo de la caída de las bolsas asiáticas o europeas, pasaran hambre los habitantes de los distintos territorios colombianos en sus zonas urbanas y rurales. No estamos hablando de aislamiento ni de autarquía, sino del control que Colombia debe ejercer sobre la producción y distribución de los alimentos de los cuales depende su viabilidad como nación. El país sí tiene con qué.
Cuarto: Identidad. En este término incluyo las condiciones objetivas y subjetivas que nos permitan a quienes formamos parte del país, saber y sentir que, efectivamente, pertenecemos al territorio y que el territorio nos pertenece (más allá del concepto estricto de la propiedad privada sobre un predio determinado). Incluyo también la existencia de condiciones que permitan que valores como la solidaridad, la reciprocidad, la equidad, el respecto a la diversidad y la responsabilidad en todos sus aspectos, sean ejercibles. Oímos con frecuencia que hay que “enseñar valores” o “recuperar valores”, pero lo cierto es que en la práctica se sanciona a quien los practica y se premia a quien los viola. La construcción de identidad requiere recuperación y valoración de la memoria individual y colectiva y cambios profundos en la educación en todos los niveles, desde el pre-escolar hasta los postgrados universitarios. Todas las universidades colombianas deberán redefinir el perfil de sus egresados; todas las profesiones deberán ejercerse con verdadera y eficaz responsabilidad frente al territorio y las generaciones presentes, y con responsabilidad intergeneracional. El desastre que hoy vive el país es la consecuencia, precisamente, de que durante muchas décadas se intervino sobre el territorio sin una verdadera responsabilidad intergeneracional. La identidad nos debe otorgar sentido histórico, sentido ético y político (posibilidad de tener en la cabeza un modelo de país), capacidad de comprensión del momento y de la crisis y, por supuesto, ganas de existir. El país sí tiene con qué.
La adaptación al cambio climático y en general la resiliencia frente a las distintas dinámicas del mundo, es ante todo, un reto, un derecho y un deber profundamente cultural. No me cabe duda alguna de que la especie humana se encuentra hoy en un cruce de caminos tan desafiante, como el que tuvo que afrontar la vida hace dos mil millones de años, cuando como resultado de la actividad de la vida misma, irrumpió en la atmósfera el oxígeno gaseoso. Muchas especies desaparecieron entonces vencidas por la “oxidación”. Otras se vieron obligadas a pasar a la clandestinidad, a lugares que todavía las protegen de la presencia del gas. Y otras, nuestras antepasadas aeróbicas, no solamente se adaptaron a convivir con el oxígeno gaseoso, sino que inventaron la respiración, ese ritual de la vida sin el cual no podríamos existir.
Una vez garanticemos agua, resiliencia climática, seguridad alimentaria e identidad, que se venga lo que tenga que venir, pues estaremos en capacidad de aguantar y de avanzar hacia un mundo ojalá con mejores condiciones para existir con calidad y dignidad. El país sí tiene con qué.
Bogotá, Diciembre 18 de 2011
Una versión de este artículo fue publicada en la revista Razón Pública el 8 de Enero de 2012