jueves, septiembre 22, 2011

LA BIODIVERSIDAD Y EL RETO DE VIVIR EN UN NUEVO PLANETA (I)

La Tierra se está convirtiendo en un nuevo planeta como consecuencia del cambio climático.
Este proceso que hoy se reconoce como irreversible, es la reacción “normal” de ese organismo vivo que es la Tierra, al incremento de los gases de efecto invernadero (GEI) que los seres humanos hemos emitido desde los inicios de la “revolución industrial” y que, a pesar de todos los golpes de pecho, de las conferencias internacionales y del rating mediático del tema, hoy seguimos produciendo y emitiendo de manera compulsiva. Sencillamente porque el desarrollo tal y como lo hemos entendido, está estrechamente ligado al uso de combustibles fósiles, a la agricultura y a la ganadería industrializadas, y a otras actividades que generan gases de efecto invernadero y que en consecuencia contribuyen al calentamiento global del planeta. La vida de la gran mayoría de los siete mil millones de seres humanos que hoy existimos, de una u otra manera está ligada a esas emisiones.

No es imposible que ante las evidencias contundentes que nos está presentando la Tierra, el modelo de desarrollo cambie en el futuro, pero eso no va a ocurrir de manera fácil, ni mucho menos inmediata. Y aunque lo hiciera, los gases de efecto invernadero que ya están en la atmósfera van a permanecer allí y sus efectos se van a sentir durante los próximos 100 años (o mil años, según otras opiniones).
El sistema inmunológico del planeta, su termostato, o como queramos llamarlo, que funciona a través de la interacción de los distintos “sistemas concatenados” que conforman la Tierra (atmósfera: aire, hidrósfera: agua, criósfera: hielo, geósfera: rocas y, claro, la biosfera que es el conjunto de todos los ecosistemas que le otorgan al planeta ese carácter de ser vivo), está buscando un nuevo “equilibrio dinámico”, un nuevo “estado estable”, que le permita ajustar su metabolismo frente al aumento de esos gases.
Los gases de efecto invernadero (vapor de agua, gas carbónico, metano, óxidos nitrosos, unos más, otros menos) han estado en la atmósfera desde hace millones de años, y gracias a ellos la temperatura promedio del planeta es de más 15 grados Celsius y no de 18 grados bajo cero, como sería el caso de no existir el efecto invernadero.
Sin embargo, al aumentar esos gases por acción humana, nos está pasando lo mismo que al que en lugar de cubrirse con una sábana en una noche cálida del Magdalena Medio, resuelve cubrirse con tres gruesas mantas de lana, de esas con tigres y leones que venden en el Ecuador.

Como si fuera poco, como consecuencia directa e indirecta de ese mismo modelo de desarrollo, los seres humanos seguimos arrasando de manera sistemática la cobertura vegetal del planeta, una de cuyas funciones es precisamente la de regular la cantidad de gas carbónico presente en la atmósfera. Por medio de la fotosíntesis, las plantas verdes capturan gas carbónico del aire y lo convierten en parte de su estructura vegetal. Cuando talamos y quemamos las selvas no solamente estamos devolviendo a la atmósfera ese gas, sino que estamos destruyendo uno de los principales mecanismos con que cuenta la biosfera para regular el clima.
América Latina y el Caribe juntos no aportamos más del 6% de todos los gases de efecto invernadero que calientan la Tierra (los denominados países desarrollados aportan la mayor cantidad), pero entre 1990 y el 2000 deforestamos casi 48 millones de hectáreas de selvas y bosques, de las cuales más de 17 millones correspondieron a la selva amazónica.
De acuerdo con la “Primera Comunicación Nacional” que Colombia presentó a la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático en 2001, casi 64 millones de hectáreas del territorio de nuestro país están cubiertas por bosques, o sea que la deforestación en América Latina en la década pasada equivale a que hubiera desaparecido el 75% de las selvas colombianas. Nuestra contribución a esa masacre fue de aproximadamente dos millones de hectáreas. Desafortunadamente la tendencia durante la década actual no ha cambiado de manera favorable a la vida en la Tierra. SEGUNDA COMUNICACIÓN NACIONAL SOBRE CAMBIO CLIMÁTICO.
El resultado de todos estos procesos combinados, de acuerdo con los escenarios más optimistas, es el aumento promedio de la temperatura del planeta en apenas 1 a 2 grados (y puede ser mayor en el futuro próximo), que son suficientes para transformar la Tierra en algo muy distinto de lo que hoy conocemos.
Las generaciones que nos siguen van a heredar otro planeta.
Muchas de las zonas que hoy se encuentran habitadas en nuestras costas Pacífica y Caribe, muy seguramente serán inhabitables en los próximos años. El INVEMAR (Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras) determinó que “en un escenario de ascenso del mar de un metro […] 4.900 kilómetros cuadrados de esos litorales quedarían inundados permanentemente y 5.100 kilómetros cuadrados se verían anegados; 1’400.000 personas, 85% en zonas urbanas, se encuentran en áreas vulnerables. Casi el 5% del área cultivada y el 45% de la malla vial de la costa Caribe están sujetos a diferentes grados de amenaza.” Todo esto con el agravante de que entre el 2000 y el 2005 “el número de habitantes en el litoral Caribe se incrementó en casi 940.000 personas, mientras en el Pacífico fue de más de 115.000."(1)

En cuanto hace referencia a los ecosistemas de alta montaña, calcula el IDEAM que “con un aumento proyectado para el 2050 en la temperatura media anual del aire para el territorio nacional entre 1 y 2 grados Celsius, y una variación en la precipitación de más o menos 15%, se espera que el 78% de los glaciares y el 56% de los páramos desaparezcan."(2)
Paradójicamente, las selvas tropicales, los manglares, los arrecifes coralinos y los páramos están entre los ecosistemas que van a resultar más afectados negativamente por el cambio climático, pero al mismo tiempo son componentes esenciales del sistema inmunológico que le permitirá al territorio colombiano adaptarse a los efectos del cambio climático. Esto es: transformarse para poder convivir sin traumatismos desastrosos con ese proceso. La adaptación, como nos lo enseñó Darwin, es la estrategia que le ha permitido a la Vida existir sobre la Tierra. La inadaptación o incapacidad para adaptarse, termina en desastre.

En gran parte la vulnerabilidad de los ecosistemas mencionados no es intrínseca, sino se debe a que la intervención humana sobre los mismos ha reducido su biodiversidad y su integridad, como resultado de lo cual han perdido su capacidad de autorregulación. Es decir, su habilidad para transformarse de manera que puedan absorber los efectos de distintas amenazas ligadas o no al cambio climático. Y así mismo, su capacidad para prestar esos que llamamos “servicios ambientales”, entre los cuales, para el caso de las selvas y páramos, se destaca la de “recoger” agua en las temporadas de lluvia, para liberarla gradualmente a lo largo del año.

Otros “servicios ambientales” tienen que ver el control sobre las poblaciones de distintas especies vivas que, en ausencia de esa autorregulación, se convierten en plagas. De allí que sea posible demostrar, por ejemplo, la relación directa que existe entre el deterioro de los ecosistemas, el aumento de la temperatura como resultado del cambio climático o de ENOS (El Niño Oscilación Sur) y la dispersión de enfermedades como el dengue y la malaria. Ver "Sistemas complejos, termostatos dañados"
Todos los ecosistemas, incluyendo los mencionados (selvas, páramos, manglares y corales) son el resultado de una red compleja y sutil de interacciones entre especies animales y vegetales, microorganismos del suelo o que ocupan otros nichos en los ecosistemas, dinámicas de la corteza terrestre y factores hidrológicos y climáticos. Y por supuesto, de las relaciones de todos los anteriores con la sociedad humana.

No basta con plantar muchos árboles para reconstruir y muchos menos para reemplazar un ecosistema deteriorado, porque esa trama compleja y sutil de interacciones –que en últimas constituye la Vida- es el resultado de muchísimos miles de años de errores y de ensayos (la Vida surgió hace cerca de cuatro mil millones de años en la faz de la Tierra).
Biodiversidad son las especies que participan en las interacciones, y las interacciones mismas. Como también son biodiversidad sus resultados, que permiten que especies como la nuestra continuemos habitando este planeta.

Todo eso es irremplazable. La ciencia y la tecnología son herramientas importantes que nos ofrece la cultura humana, pero no sustituyen a la naturaleza. Podemos tener sexo con un muñeco inflable, pero siempre es mejor con una mujer o con un hombre reales.
Hablamos con frecuencia de que hay que “salvar el planeta”, pero lo que realmente debemos salvar es la posibilidad de la especie humana para seguir formando parte de la Tierra. Para eso debemos contar con la diversidad como nuestra máxima aliada.
Con o sin nosotros, la Vida seguirá adelante, y nuevas expresiones de la biodiversidad poblarán este planeta. O mejor dicho, ese nuevo planeta en que se está convirtiendo la Tierra.
Gustavo Wilches-Chaux, Bogotá, Diciembre 2009

Este artículo fue escrito para el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos “Alexander von Humboldt”

(1) “Reflexiones sobre el clima futuro y sus implicaciones en el desarrollo humano en Colombia”. MAVDT, IDEAM, PNUD (2008).
(2) Documento citado.