domingo, septiembre 25, 2011

LO QUE VA DEL DERRUMBE Capítulo 8

Un día de tregua en la batalla entre la ingeniería y el derrumbe de la Circunvalar con 92


Reforestación en "El jardín de las flores de concreto" (el título de mi primer libro de poemas, publicado en 1972 por Ediciones Mi Mamá, con Prólogo de Jaime Bonilla)



El capítulo anterior... y de allí hasta el 2006

jueves, septiembre 22, 2011

LA BIODIVERSIDAD Y EL RETO DE VIVIR EN UN NUEVO PLANETA (II)


La clave de la adaptación del territorio colombiano al cambio climático está en las distintas expresiones de nuestra biodiversidad: desde la diversidad de climas y ecosistemas, hasta la diversidad étnica y cultural, pasando por la diversidad de especies animales y vegetales y la riqueza genética que se expresa en todas las anteriores. La biodiversidad es un patrimonio inalienable del país y de sus habitantes. Nuestra posibilidad de existir en el futuro no lejano, depende de nuestra biodiversidad. ANIMACIONES

Las noticias de prensa de diciembre 14 de 2009(1) cuentan que en el marco de la conferencia de Copenhague, el señor Jacques Diouf, Director General de la FAO, ha reiterado que el incremento del hambre en el mundo será el principal de los efectos negativos del cambio climático debido a las amenazas que el calentamiento de la Tierra y sus efectos van a generar sobre la agricultura y especialmente sobre la producción de alimentos.

Fuente mapa

Sobra decir que ningún líder mundial se atrevería a contradecir dicha afirmación, e inclusive condicionan las medidas contra el cambio climático a que se respete el carácter prioritario de la lucha contra el hambre. El portavoz de la organización Intermón Oxfam, José Antonio Hernández, afirmó que “no nos podemos permitir que de Copenhague salga un acuerdo que reduzca las emisiones mundiales de CO2 con recortes para la agricultura, pero que ponga en peligro la seguridad de la cadena alimentaria y la producción de los países más pobres.”

La lucha contra el hambre es, pues, una prioridad. Pero lo es desde mucho antes de la reunión de Copenhague, e incluso de que el cambio climático tuviera el rating que ha alcanzado hoy. Muy seguramente el hambre en el mundo se va a agravar, pero la causa de la misma no es el cambio climático. Desde 2006 se viene diciendo que “a nivel internacional, lo más urgente en estos momentos es conseguir los fondos económicos suficientes para poder paliar la crisis alimentaria de los países menos avanzados. La ONU estimó en más de 2.500 millones de dólares los importes necesarios. En este marco, el pasado 20 de marzo el Programa Mundial de Alimentos lanzó una petición extraordinaria a los países donantes para conseguir 500 millones de dólares extra y paliar el impacto de los precios en sus cuentas. Igualmente el Banco Mundial prepara un plan de choque de 1.200 millones de dólares con el fin de reforzar la agricultura de los 40 países más afectados por la subida de precios y con menos recursos."(2)

Esos 2.500 millones de dólares que de acuerdo con Naciones Unidas se necesitan para resolver el problema del hambre en el mundo (cifra que no tiene en cuenta el impacto del cambio climático), contrastan con los 3.3 millones de millones de dólares que, este mismo año 2009, de manera efectiva “soltaron” los gobiernos de Estados Unidos y de Europa para conjurar los efectos de la crisis financiera internacional.

Ver "Proporciones y Desproporciones"

Pero no nos alejemos del tema: a lo dicho por el Director de la FAO es necesario agregar que el problema el incremento del hambre como consecuencia del cambio climático, está estrechamente ligado con la reducción del acceso al agua “utilizable” y en general a la pérdida de las condiciones que hacen habitables y productivos a muchos ecosistemas del planeta. Esto será causa de nuevos y más complejos conflictos, que se sumarán a los ya existentes y que son suficientemente graves aun sin que esté de por medio el cambio climático.

Tanto la productividad de los ecosistemas y de los cultivos humanos, como la oferta y la disponibilidad de agua en un territorio, están estrechamente vinculadas con la biodiversidad. Ambas –productividad, y oferta y disponibilidad de agua- dependen de la integridad de los ecosistemas, es decir, de la “sanidad” de los factores que los conforman y de las interacciones entre ellos. Cuando hablamos de factores “vivos” (flora, fauna, microorganismos y claro, los seres humanos), estamos hablando de biodiversidad.

Los páramos, esos ecosistemas de los cuales depende el agua que permite la vida de varios millones de habitantes de nuestro país, son el resultado de la evolución conjunta entre una gran cantidad de plantas entre las que se destacan los frailejones y los musgos, y múltiples especies animales que van desde insectos y algunos anfibios y reptiles, hasta varias especies de mamíferos y aves. Estos seres vivos han aprendido a vivir en temperaturas muy bajas, sometidos a condiciones particulares de radiación solar, en medio de una frecuente “lluvia horizontal” (neblina) de donde proviene gran parte de la humedad que el páramo absorbe y guarda, y que después libera gradualmente para beneficio de las tierras más bajas.

Lo mismo sucede con ecosistemas de otros pisos térmicos, como los bosques de niebla y las selvas tropicales, que también cumplen una función de primera importancia en la conservación de los suelos y las aguas y en el mantenimiento de los sutiles “equilibrios” entre especies, que impiden que cualquiera de ellas en cualquier momento, se pueda convertir en una plaga. Cuando desaparecen o se deterioran esos ecosistemas, y con ellos las interacciones descritas, es necesario reemplazar con productos químicos el “servicio ambiental” de autorregulación / control de plagas que presta la biodiversidad. Y los productos químicos contribuyen al incremento de los gases de efecto invernadero que generan el cambio climático.

Ver SISTEMAS COMPLEJOS, TERMOSTATOS DAÑADOS.

Desde hace varias décadas los estudiosos del tema han expresado su preocupación por el hecho de que menos de 20 especies vegetales suministren el 90 por ciento de la alimentación mundial, y de que más de la mitad de ese porcentaje esté representado por sólo tres especies: arroz, trigo y maíz. (3)

A lo largo de los años, los seres humanos hemos seleccionado las variedades de estos cultivos que resultan más rentables desde el punto de vista económico, mientras que las menos rentables han pasado al olvido o “a la clandestinidad”.

En un escenario de población creciente y clima cambiante, en donde lo único seguro es la incertidumbre, esa dependencia de tan pocas especies y variedades de plantas se traduce en una enorme vulnerabilidad.

Hoy ya se sabe que, por ejemplo, cuando la temperatura sube más allá de un determinado nivel, se reduce notablemente la productividad del maíz, y que la evolución climática de las tierras cafeteras se va a traducir en que estas muy posiblemente perderán las condiciones óptimas para el cultivo del café. Se necesitarán entonces especies capaces de producir con otros requerimientos de temperatura, de radiación solar y de humedad.

Sabemos de la existencia de cerca de 80 mil especies potencialmente comestibles, pero a lo largo de la historia los seres humanos solamente hemos utilizado unas tres mil. De esas sólo unas 150 se han cultivado de manera sistemática.(4) Tenemos a disposición una enorme central de abastos, pero sobrevivimos con unas cuantas galletas que encontramos al pié de la caja registradora. Lo peor es que un porcentaje creciente de la humanidad pasa hambre porque ni siquiera tiene acceso a esas galletas.

En las zonas costeras se requerirán especies que puedan existir en suelos y aguas con mayor salinidad, manglares resistentes al incremento del nivel del mar, palmeras y otras plantas con estructuras y raíces que se adapten a vientos huracanados de mayor fuerza y velocidad.

En otros casos se requerirán variedades –por ejemplo de arroz- que puedan crecer y cosecharse más rápido, antes de que llegue una nueva inundación. O que sean capaces de convivir con la inundación.

En las zonas secas, desérticas y semidesérticas, tendremos que aprender mucho de las estrategias que ha desarrollado la vida para existir en condiciones de muy baja humedad. El problema de esas zonas secas no es necesariamente la falta de agua, sino el desconocimiento de las especies animales y vegetales capaces de vivir en las condiciones citadas.

Los seres humanos tenemos dos tipos de herramientas para enfrentar los nuevos retos: la ingeniería genética “de punta” que, mediante manipulaciones de laboratorio transformarán las características intrínsecas de las distintas especies para que se puedan adaptar a las nuevas condiciones del planeta, y el enriquecimiento genético de las especies existentes con los aportes de sus parientes “relegados”, muchos de los cuales se encuentran en los ecosistemas silvestres, en agroecosistemas indígenas y campesinos y, en algunos casos, en los bancos de genes de los institutos de investigación.

Muy seguramente la humanidad acudirá a una combinación de ambas herramientas, la de “tecnología de punta” y la que podríamos llamar “de tecnología popular”.

Lo importante, si de verdad queremos que esas herramientas se pongan al servicio de la adaptación (de la adaptación al cambio climático y en general a los retos de esta creciente humanidad), y no se conviertan en un nuevo factor de inadaptación, es que el conocimiento y su práctica se pongan de manera irrestricta al servicio de la humanidad. Que no se conviertan en una mercancía más.

En los cerca de 4 mil millones de años de existencia que lleva la Vida sobre el planeta Tierra, ha logrado transformarse para responder adecuadamente a los retos de un planeta en permanente transformación. El resultado de las estrategias exitosas de transformación es, precisamente, la biodiversidad.

Los cambios profundos que experimentará la Tierra como consecuencia del cambio climático, que como dice el título de este artículo la está convirtiendo en un nuevo planeta, conducirán a nuevas formas de biodiversidad. Eso va a ocurrir con o sin la presencia de los seres humanos. Nuestro interés, por supuesto, es que eso suceda con nosotros aquí, e intentar que esos cambios nos acerquen a esas metas de calidad de vida y de equidad (lo cual incluye la eliminación del hambre) que, hasta ahora, no hemos podido ni sabido alcanzar.

Gustavo Wilches-Chaux

wilcheschaux@etb.net.co

Artículo para el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos “Alexander von Humboldt, Dic. 2009

(1) http://www.milenio.com/node/339252

(2) Javier Sierra e Ignacio Atance, “Mercados agrícolas internacionales y políticas públicas”, “Economía Exterior” (N° 45 – Madrid, Verano 2008)

(3) “The GAIA Atlas of Planet Management”. Editor: Norman Myers (Londres, 1985)

(4) Ibidem.

LA BIODIVERSIDAD Y EL RETO DE VIVIR EN UN NUEVO PLANETA (I)

La Tierra se está convirtiendo en un nuevo planeta como consecuencia del cambio climático.
Este proceso que hoy se reconoce como irreversible, es la reacción “normal” de ese organismo vivo que es la Tierra, al incremento de los gases de efecto invernadero (GEI) que los seres humanos hemos emitido desde los inicios de la “revolución industrial” y que, a pesar de todos los golpes de pecho, de las conferencias internacionales y del rating mediático del tema, hoy seguimos produciendo y emitiendo de manera compulsiva. Sencillamente porque el desarrollo tal y como lo hemos entendido, está estrechamente ligado al uso de combustibles fósiles, a la agricultura y a la ganadería industrializadas, y a otras actividades que generan gases de efecto invernadero y que en consecuencia contribuyen al calentamiento global del planeta. La vida de la gran mayoría de los siete mil millones de seres humanos que hoy existimos, de una u otra manera está ligada a esas emisiones.

No es imposible que ante las evidencias contundentes que nos está presentando la Tierra, el modelo de desarrollo cambie en el futuro, pero eso no va a ocurrir de manera fácil, ni mucho menos inmediata. Y aunque lo hiciera, los gases de efecto invernadero que ya están en la atmósfera van a permanecer allí y sus efectos se van a sentir durante los próximos 100 años (o mil años, según otras opiniones).
El sistema inmunológico del planeta, su termostato, o como queramos llamarlo, que funciona a través de la interacción de los distintos “sistemas concatenados” que conforman la Tierra (atmósfera: aire, hidrósfera: agua, criósfera: hielo, geósfera: rocas y, claro, la biosfera que es el conjunto de todos los ecosistemas que le otorgan al planeta ese carácter de ser vivo), está buscando un nuevo “equilibrio dinámico”, un nuevo “estado estable”, que le permita ajustar su metabolismo frente al aumento de esos gases.
Los gases de efecto invernadero (vapor de agua, gas carbónico, metano, óxidos nitrosos, unos más, otros menos) han estado en la atmósfera desde hace millones de años, y gracias a ellos la temperatura promedio del planeta es de más 15 grados Celsius y no de 18 grados bajo cero, como sería el caso de no existir el efecto invernadero.
Sin embargo, al aumentar esos gases por acción humana, nos está pasando lo mismo que al que en lugar de cubrirse con una sábana en una noche cálida del Magdalena Medio, resuelve cubrirse con tres gruesas mantas de lana, de esas con tigres y leones que venden en el Ecuador.

Como si fuera poco, como consecuencia directa e indirecta de ese mismo modelo de desarrollo, los seres humanos seguimos arrasando de manera sistemática la cobertura vegetal del planeta, una de cuyas funciones es precisamente la de regular la cantidad de gas carbónico presente en la atmósfera. Por medio de la fotosíntesis, las plantas verdes capturan gas carbónico del aire y lo convierten en parte de su estructura vegetal. Cuando talamos y quemamos las selvas no solamente estamos devolviendo a la atmósfera ese gas, sino que estamos destruyendo uno de los principales mecanismos con que cuenta la biosfera para regular el clima.
América Latina y el Caribe juntos no aportamos más del 6% de todos los gases de efecto invernadero que calientan la Tierra (los denominados países desarrollados aportan la mayor cantidad), pero entre 1990 y el 2000 deforestamos casi 48 millones de hectáreas de selvas y bosques, de las cuales más de 17 millones correspondieron a la selva amazónica.
De acuerdo con la “Primera Comunicación Nacional” que Colombia presentó a la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático en 2001, casi 64 millones de hectáreas del territorio de nuestro país están cubiertas por bosques, o sea que la deforestación en América Latina en la década pasada equivale a que hubiera desaparecido el 75% de las selvas colombianas. Nuestra contribución a esa masacre fue de aproximadamente dos millones de hectáreas. Desafortunadamente la tendencia durante la década actual no ha cambiado de manera favorable a la vida en la Tierra. SEGUNDA COMUNICACIÓN NACIONAL SOBRE CAMBIO CLIMÁTICO.
El resultado de todos estos procesos combinados, de acuerdo con los escenarios más optimistas, es el aumento promedio de la temperatura del planeta en apenas 1 a 2 grados (y puede ser mayor en el futuro próximo), que son suficientes para transformar la Tierra en algo muy distinto de lo que hoy conocemos.
Las generaciones que nos siguen van a heredar otro planeta.
Muchas de las zonas que hoy se encuentran habitadas en nuestras costas Pacífica y Caribe, muy seguramente serán inhabitables en los próximos años. El INVEMAR (Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras) determinó que “en un escenario de ascenso del mar de un metro […] 4.900 kilómetros cuadrados de esos litorales quedarían inundados permanentemente y 5.100 kilómetros cuadrados se verían anegados; 1’400.000 personas, 85% en zonas urbanas, se encuentran en áreas vulnerables. Casi el 5% del área cultivada y el 45% de la malla vial de la costa Caribe están sujetos a diferentes grados de amenaza.” Todo esto con el agravante de que entre el 2000 y el 2005 “el número de habitantes en el litoral Caribe se incrementó en casi 940.000 personas, mientras en el Pacífico fue de más de 115.000."(1)

En cuanto hace referencia a los ecosistemas de alta montaña, calcula el IDEAM que “con un aumento proyectado para el 2050 en la temperatura media anual del aire para el territorio nacional entre 1 y 2 grados Celsius, y una variación en la precipitación de más o menos 15%, se espera que el 78% de los glaciares y el 56% de los páramos desaparezcan."(2)
Paradójicamente, las selvas tropicales, los manglares, los arrecifes coralinos y los páramos están entre los ecosistemas que van a resultar más afectados negativamente por el cambio climático, pero al mismo tiempo son componentes esenciales del sistema inmunológico que le permitirá al territorio colombiano adaptarse a los efectos del cambio climático. Esto es: transformarse para poder convivir sin traumatismos desastrosos con ese proceso. La adaptación, como nos lo enseñó Darwin, es la estrategia que le ha permitido a la Vida existir sobre la Tierra. La inadaptación o incapacidad para adaptarse, termina en desastre.

En gran parte la vulnerabilidad de los ecosistemas mencionados no es intrínseca, sino se debe a que la intervención humana sobre los mismos ha reducido su biodiversidad y su integridad, como resultado de lo cual han perdido su capacidad de autorregulación. Es decir, su habilidad para transformarse de manera que puedan absorber los efectos de distintas amenazas ligadas o no al cambio climático. Y así mismo, su capacidad para prestar esos que llamamos “servicios ambientales”, entre los cuales, para el caso de las selvas y páramos, se destaca la de “recoger” agua en las temporadas de lluvia, para liberarla gradualmente a lo largo del año.

Otros “servicios ambientales” tienen que ver el control sobre las poblaciones de distintas especies vivas que, en ausencia de esa autorregulación, se convierten en plagas. De allí que sea posible demostrar, por ejemplo, la relación directa que existe entre el deterioro de los ecosistemas, el aumento de la temperatura como resultado del cambio climático o de ENOS (El Niño Oscilación Sur) y la dispersión de enfermedades como el dengue y la malaria. Ver "Sistemas complejos, termostatos dañados"
Todos los ecosistemas, incluyendo los mencionados (selvas, páramos, manglares y corales) son el resultado de una red compleja y sutil de interacciones entre especies animales y vegetales, microorganismos del suelo o que ocupan otros nichos en los ecosistemas, dinámicas de la corteza terrestre y factores hidrológicos y climáticos. Y por supuesto, de las relaciones de todos los anteriores con la sociedad humana.

No basta con plantar muchos árboles para reconstruir y muchos menos para reemplazar un ecosistema deteriorado, porque esa trama compleja y sutil de interacciones –que en últimas constituye la Vida- es el resultado de muchísimos miles de años de errores y de ensayos (la Vida surgió hace cerca de cuatro mil millones de años en la faz de la Tierra).
Biodiversidad son las especies que participan en las interacciones, y las interacciones mismas. Como también son biodiversidad sus resultados, que permiten que especies como la nuestra continuemos habitando este planeta.

Todo eso es irremplazable. La ciencia y la tecnología son herramientas importantes que nos ofrece la cultura humana, pero no sustituyen a la naturaleza. Podemos tener sexo con un muñeco inflable, pero siempre es mejor con una mujer o con un hombre reales.
Hablamos con frecuencia de que hay que “salvar el planeta”, pero lo que realmente debemos salvar es la posibilidad de la especie humana para seguir formando parte de la Tierra. Para eso debemos contar con la diversidad como nuestra máxima aliada.
Con o sin nosotros, la Vida seguirá adelante, y nuevas expresiones de la biodiversidad poblarán este planeta. O mejor dicho, ese nuevo planeta en que se está convirtiendo la Tierra.
Gustavo Wilches-Chaux, Bogotá, Diciembre 2009

Este artículo fue escrito para el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos “Alexander von Humboldt”

(1) “Reflexiones sobre el clima futuro y sus implicaciones en el desarrollo humano en Colombia”. MAVDT, IDEAM, PNUD (2008).
(2) Documento citado.