miércoles, diciembre 08, 2010

“Si la naturaleza se opone a nuestros designios, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”


Simón Bolívar

En el terremoto de Caracas de 1812


Quién le haría el mal al Presidente Santos, de sugerirle que en su discurso con motivo de la declaratoria de emergencia por la ola invernal que afecta a Colombia, invocara esta frase nefasta de Bolívar. Definitivamente no puede haber sido la misma persona que le sugirió que en su discurso de posesión invocara a los “mamos” de la Sierra Nevada de Santa Marta.


Hace cuatro meses el Presidente nos contó que la víspera de su posesión oficial, había recibido en la Sierra Nevada un bastón de mando y un collar con cuatro piedras, de las cuales “Una representa la tierra que debemos cuidar. Otra representa el agua que es la fuente de la vida. Otra representa la naturaleza con la que debemos estar en armonía. La cuarta representa el gobierno, que debe respetar el orden de la naturaleza y la voluntad del Creador. Tierra, agua, naturaleza y buen gobierno –esos símbolos preciados– harán parte integral de la administración que hoy comenzamos.”


Como que en apenas 120 días (en los que, por lo demás, Santos ha dado varias sorpresas en mi concepto favorables), pasamos de esa filosofía, a la afirmación de que “lucharemos contra la naturaleza y haremos que nos obedezca”.


En diciembre de 1999, cuando el llamado “desastre de Vargas” generado por la ola invernal que en ese momento golpeaba a Venezuela y que dejó entre 10 mil y 50 mil muertos, Chávez invocó exactamente las mismas palabras de Bolívar.


Caracas
El 5 de diciembre pasado, en vista de que por lo visto la naturaleza no le ha obedecido al mandatario venezolano en los 11 años transcurridos desde entonces, en el Estado de Miranda (uno de los grandes afectados en el 99) y ante una situación invernal similar, parece que Chávez le ha hecho algunos ajustes al discurso: si la naturaleza se opone a nuestros designios… alojaremos a los damnificados en los hoteles de turismo.

Viviendas en riesgo (Caracas). Esta foto tiene un par de años: a lo mejor la situación ya está arreglada... pero todas nuestras ciudades están llenas de asentamientos humanos como este.

Pero no nos alejemos del tema.

El asunto es que esa frase de Bolívar expresa de manera excepcional la tremenda soberbia que, sin excepción (por lo menos que yo conozca), subyace tras los mal llamados “desastres naturales”: la ingenua arrogancia que intenta obligar a la naturaleza a que obedezca los designios humanos. Aunque no generalicemos: no los designios de todos los seres humanos, sino los de quienes ostentan o han ostentado el poder en cada momento determinado.

Hace unos 100 años nuestra especie homo sapiens se comenzó a consolidar como “especie dominante” en el planeta, pero no contábamos entonces con el poder ideológico y tecnológico necesario para obligar a la naturaleza a que nos obedeciera.

El poder ideológico llegó unos dos mil años antes de Cristo, con el monoteísmo: existe un solo Dios Verdadero (Macho por supuesto) que ha creado al Hombre a su imagen y semejanza y que le ha entregado el poder de poner a su servicio todo lo que existe en la Tierra.

El poder tecnológico llegó con la Revolución Industrial, hace unos 150 años, a partir de la cual los designios humanos apuntaron a extraer masivamente de las entrañas de la Tierra, el carbono que la naturaleza llevaba acumulando allí –en forma de carbón mineral- durante por lo menos 100 millones de años. Pasamos luego al petróleo, que es otra forma de energía solar guardada en las entrañas del planeta en estructuras de carbono. Son los llamados “combustibles fósiles”, que hoy aportan el 90 por ciento de la energía con que contamos los seres humanos para intentar imponerle nuestra voluntad a la naturaleza.

Ésta, desobediente como siempre, realiza sus propios ajustes y genera el que hoy conocemos como “cambio climático”, con el cual toda la arrogancia humana se está yendo de manera inevitable pa’l carajo.

Los desastres que hoy están afectando a la región Caribe, a la costa del Pacífico y a la región andina colombiana, también son reacciones de la naturaleza frente a la misma soberbia, pero tienen sus raíces en épocas muy anteriores a la Revolución Industrial.

El Toche: uno de los muchos sectores urbanos y semi-urbanos de Bogotá, bajo el nivel de los ríos

Los conquistadores españoles llegaron a estas tierras del agua, a imponer un Dios y unas estrategias de apropiación territorial surgidas de ecosistemas totalmente diferentes a los nuestros. En la llanura del Caribe y en la Sabana de Bogotá existen vestigios de culturas que convivían armónicamente con el agua, en lugar de intentar reprimir sus dinámicas.



Ojo a la escala de los pueblos frente a la escala de los cuerpos de agua. En esas condiciones ¿quién puede pretender que unos diques van a imponerle 'obediencia' al agua?

Sobre ambas regiones se fue imponiendo poco a poco un modelo de desarrollo urbano-céntrico en lo económico, en lo cultural y en lo tecnológico, que ha conducido de manera inevitable al desastre. Ya perdí la cuenta de los diques que las aguas han roto en esta temporada invernal en la llanura del Caribe y en otros lugares de Colombia (y de los que han roto de manera inexorable a lo largo de las últimas tres décadas). La lección que a mí me queda de esa y de otras experiencias similares, es que las obras de infraestructura solamente resultan eficaces y “sostenibles” cuando sirven para coadyuvar las dinámicas naturales, pero no para oponerse a ellas.

Durante cerca de 100 años, los designios de quienes ostentan el poder en los Estados norteamericanos sobre el golfo de México, condujeron a la destrucción de los manglares, al desecamiento de humedales (como en la región Caribe y en la Sabana de Bogotá), a la alteración de los cursos de los ríos (como también en nuestras regiones) y a los cambios en la línea costera. La naturaleza comió más o menos callada hasta 2005, cuando varios huracanes de esa temporada y en particular Katrina, desencadenaron el más grande desastre “natural” de la historia en los Estados Unidos.

En tres oportunidades, los designios humanos han pretendido que el río Lagunilla (en el departamento del Tolima) se aguante la presencia de un pueblo –Armero- justamente en la base del abanico que forman sus aguas al desembocar en el valle del Magdalena. Y tres veces la naturaleza ha manifestado expresamente que por ahí no es la cosa.

Lugar donde existió Armero - Foto: USGS

Ciudades como La Paz en Bolivia, y Medellín, Armenia y Bogotá en Colombia, están construidas, cada una, sobre varios cientos de ríos, quebradas y fuentes de agua. Los desastres ocurridos en el pasado y que hoy siguen ocurriendo en esas y en otras ciudades similares, demuestran que cuando al agua se le niega el derecho a fluir libremente, o cuando se intenta invisibilizarlos mediante el recurso facilista de la canalización (o el 'embovedado', como dicen en Bolivia), tarde o temprano se rebotan y generan desastres.

En Ciudad de Panamá, mediante la imposición de los designios humanos a las zonas costeras (en gran parte con capitales colombianos tipo David Murcia y los Nule), se están generando las condiciones para lo que se puede convertir en uno de los peores desastres que haya presenciado esta parte del continente americano.

Podríamos llenar varias decenas de páginas demostrando que esa filosofía expresada en la frase de Bolívar, es precisamente la causante de los grandes y de los pequeños desastres.

Si la invocación de Santos es un mero recurso retórico -en mi concepto desafortunado- vaya y pase. Pero si de pronto revela la visión con que van a manejarse las llamadas “locomotoras del desarrollo”, es mejor que ni se pongan en el trabajo de reformar el Ministerio del Ambiente, sino que, como pretendía Uribe, lo eliminen de una.

La naturaleza, entonces, se encargará por su cuenta de “ordenar el territorio” atendiendo sus dinámicas. Eso sí, al precio de un enorme sufrimiento humano.


Esta temporada invernal ha estado especialmente fuerte, pero las inundaciones en Bogotá no son un fenómeno nuevo. Esta foto fue tomada en el sector de La Florida hace algunos años.

Link a un artículo sobre este mismo tema en RAZÓN PÚBLICA